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Historia cancelada  THANATOS 

15 posts en este tema

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¡Hola! Aquí os traigo otra historia que he empezado a escribir ahora... Me apetecía cambiar un poco de tema, me he vuelto un poco loca y he decidido hacer una historia futurista jajajaja A ver si os gusta! Como ya tengo costumbre hacer, la historia se irá contando desde la perspectiva de varios personajes :)

INTRODUCCIÓN

Corría el año 2213 cuando la terrible amenaza del planeta Kados llegó a la Tierra. Ante la tentativa de una guerra entre mundos, los gobiernos de todos los países terrícolas decidieron abandonar la Tierra y refugiarse en el planeta Ema, a más de setecientos millones de kilómetros de distancia y con unas condiciones atmosféricas parecidas a las de la Tierra.

Los habitantes de la Isla de Natoos nunca habían participado en los proyectos espaciales del resto de países, pero durante más de cincuenta años habían sido entrenados, como todos los civiles, para combatir en el espacio. De esta forma, ante la amenaza de invasión, decidieron unirse al equipo espacial de La Tierra. El veinticinco de julio del año 2213 cinco mil transbordadores despegaron hacia el Planeta Ema. El transbordador X-90, ubicado en la Isla de Natoos, nunca llegó a despegar.

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THEA

Entre la colina más elevada del Bosque Nevado y el Puente de los Recuerdos, se elevaba la antigua fábrica de relojes, un edificio polvoriento, con ladrillos teñidos de mugre y cristales desquebrajados. La nieve había escondido bajo sus gélidas mantas la zona este de la fábrica, pero el resto quedaba al descubierto en los días de más calor. Hacía más de doscientos años que no estaba en funcionamiento, pero de vez en cuando el débil eco de un reloj de cuco rompía la paz que reinaba en el bosque.

Aparentemente no quedaba nadie en aquel lugar. Sólo aparentemente.

A unos cuantos metros bajo tierra, una pesada puerta blindada daba paso a Thanatos, un laboratorio clandestino con más de cuatrocientas salas y aproximadamente tres mil empleados.

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Todos ellos trabajaban bajo las órdenes de Kuo, uno de los mayores gobernantes del planeta Kados y principal dirigente de los experimentos con humanos en el planeta Tierra. Nadie le había visto el rostro, pero se decía por las salas del laboratorio que una simple mirada suya podía matar.

Los largos pasadizos, iluminados con lámparas en forma de tridente, parecían no tener fin. Sin embargo, quien conocía bien el laboratorio, sabía de sobra que la entrada se escondía en el cuarto pasadizo, bajo la segunda lámpara. No era difícil localizarla, pues iluminaba más que el resto.

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Tras ésta se abría paso un nuevo pasillo lleno de espejos, con paredes metalizadas y baldosas grisáceas, una larga avenida de columnas de metal y cristal que finalizaba en una gran puerta con cristaleras azuladas.

De repente, de la nada, el sonido de un reloj de cuco alertó a los trabajadores. Cada día después de la hora del gallo, los altavoces anunciaban la llegada de los clones. En un segundo, el largo pasillo de espejos se convertía en una avenida llena de extraños seres de color verde, azul y rojo.

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Después de descansar diez horas en sus cubículos, los clones recorrían el pasillo en dirección a la sala de fecundación. Andaban con la mirada fija en el frente, siguiendo el ritmo continuo del hilo musical de los altavoces y las directrices de los guardias blancos. Habían nacido para seguir órdenes. No cabía duda.

Los guardias blancos, situados a ambos lados del pasillo, controlaban mecánicamente cada movimiento, analizando y estudiando centímetro a centímetro el lugar. Nadie sabía con exactitud cuántos había, pero cada esquina de Thanatos se encontraba escoltada por uno de ellos.

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Vigilaban que ninguno de los clones se detuviera o cambiara de dirección. Nadie podía huir de Thanatos.

Los robóticos rostros de los guardias se escondían bajo máscaras de gas, unos vastos artilugios de color negro y gris, con dos rejillas de metal en la zona de la nariz y un tubo conductor desde la boca a la garganta. El oxígeno del aire de la Tierra dañaba sus organismos, así que, si no querían sufrir una lenta y agonizante muerte, debían procurar llevar en todo momento la máscara. Su mirada, de un negro demoledor, iba de un lado a otro sin detenerse.

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Thea, asimismo, miraba a su alrededor sin entender muy bien cómo había llegado allí, no recordaba quién era, tampoco de dónde venía ni por qué su cuerpo se movía sin que ella lo ordenara. Siempre iba en último lugar, destacando sobre el resto de clones debido al rojo de su piel y a su condición de mujer. Sus ojos, de un gris azulado, estaban llenos de soledad y desconsuelo.

Los clones no podían sentir, ella lo sabía, pero de vez en cuando una terrible agonía invadía su interior y sentía ganas de gritar. ¿Sabía gritar? Se preguntaba constantemente si el resto del grupo podía sentir lo mismo.

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Los altavoces fueron nombrando uno a uno a los clones. Los guardias blancos, con el rostro inexpresivo pero controlando en todo momento, siguieron con la mirada a cada uno de ellos. Estaban todos, no faltaba ninguno.

Unas puertas con paneles aislantes les dieron paso a una nueva estancia, la sala de fecundación. Las diferentes salas donde se llevaban a cabo los estudios fertilizantes se encontraban separadas por cristaleras de color verde. Thea no recordaba haber estado allí, sin embargo, sabía perfectamente a dónde se dirigía. Al advertir en una de las cámaras a dos hombres con trajes blancos, sintió un estremecimiento, ¿les había visto alguna vez?

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Al llegar al final de la sala, Thea se detuvo, sabía que debía detenerse. El resto de clones continuó el camino hasta que tres guardias blancos, plantándose frente a ellos, les obligaron a parar y, con movimientos robotizados, les indicaron que debían meterse en los distintos cubículos que había en la sala, tres en cada lado.

—Meteos —una grave voz metálica salió por el pecho de uno de los guardias.

Los clones, sin dudar un momento, siguieron la orden.

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Una vez dentro del cubículo, dedicaron unos segundos a estudiarlo, pero luego volvieron la vista al frente, como siempre.

Al pasar unos cuantos minutos, el sonido de una melodía aguda e irritante se introdujo en la sala y rompió el silencio sepulcral que reinaba habitualmente. En un segundo, los ojos de los clones ganaron color, sus tonos de piel se volvieron de un azul y un verde más intensos, y los músculos, antes agarrotados, se destensaron. Sin embargo, a los pocos segundos, los cuerpos volvieron a ponerse rígidos, esta vez adoptando una nueva postura: las dos manos sobre el pecho, las piernas cruzadas y la mirada fija en el techo del cubículo.

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Thea dio unos cuantos pasos hacia la sala y observó con curiosidad.

Un guardia blanco salió y se acercó a Thea. Ésta advirtió que había dejado la puerta abierta y que el desagradable ruido que antes había dañado sus tímpanos, era ahora armonioso. De repente, unas cuantas voces sonaron al compás.

—Sígueme —El guardia blanco le señaló una nueva sala.

Thea, obedientemente, le siguió, pero su atención permaneció junto a la sala en la que estaban los clones. Agudizó lo más que pudo el oído y escuchó <<Yo, clon, no siento, solo obedezco. Yo, clon, no pienso, solo obedezco. Yo, clon, no juzgo, solo obedezco. Yo, clon…>>

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Thea intentó que la confusión no se reflejara en su rostro. No entendía absolutamente nada. ¿Qué significaba aquello?

Al llegar a la sala, el guardia blanco la detuvo y la hizo pasar a un cubículo con una camilla en su interior y una extraña máquina con una pantalla, un teclado y varios cables. Frente a ella había cuatro cámaras blindadas, cada una de ellas con un código que identificaba su contenido. El guardia le obligó a ponerse un traje blanco, después le puso unos extraños sensores en el pecho, la cabeza y el vientre, colocó cuatro más en las cámaras y después se situó a su derecha con la mirada fija en ella.

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De repente, el silencio que reinaba en el cubículo se vio interrumpido por el ritmo continuo de unos latidos de corazón. Thea se incorporó y fijó su mirada en las cámaras blindadas. Su corazón dio un vuelco al advertir que el sonido procedía de ahí.

Alzó la mano y la apoyó en su pecho, temiendo encontrar semejanza entre lo que escuchaba en las cámaras y lo que sonaba en su interior. Los sonidos, para su sorpresa, iban a la par, creando un ritmo armónico, ¿cómo era posible?

Thea no era capaz de saber cuánto tiempo llevaba en el mundo, tampoco de dónde venía ni por qué su piel era distinta de la del resto de clones; pero tenía claro que lo que se escondía detrás de las cámaras blindadas dependía de ella.

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Después de dos horas, la sesión finalizó. Varios hombres con trajes blancos le quitaron los cables, se llevaron la camilla y le hicieron sentar en el suelo del cubículo.

—Thea —Una voz grave pero repleta de dulzura le hizo sobresaltarse —Es hora de tu revisión.

Thea levantó la mirada y advirtió a un chico joven de cabello castaño y tez tostada.

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Éste la miraba con una sonrisa tímida pero confiada, una sonrisa que le hizo estremecer. Sus ojos, de un café oscuro, recorrían calmados el rostro de Thea pero felices por volver a verla. Thea no lograba entender por qué su mirada reflejaba tanto cariño, ¿acaso se conocían de antes?

—Levántate —El guardia blanco se acercó a Thea y le propinó un empujón.

El chico de tez tostada le paró y le tendió la mano a Thea. Después volvió a dedicarle una sonrisa confiada. Sin saber por qué, ésta se la devolvió.

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    Entre que soy una apasionada de las historias futuristas, que me encanta como escribes y todo lo que te has currado los escenarios me tienes enganchada! Sigue pronto porfi! Que aquí tienes una seguidora!

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      Muchísimas gracias sarah!! me alegra mucho que te guste! Espero no decepcionarte! jijiji Este capítulo no es muy largo... pero no he tenido tiempo de hacer más fotos... la universidad quiere acabar conmigo :( Aviso de que estos primeros capítulos son un poco coñazo porque son para presentar a los distintos personajes, así que, por favor... no desesperéis!

      DYLAN

      El sonido cascado del ventilador hizo que Dylan abriera los ojos. Estaba tendido sobre un incómodo y desgastado colchón que le estaba destrozando la espalda, pero por lo menos había conseguido conciliar el sueño durante cuatro horas. Hacía tiempo que no dormía tanto tiempo seguido. Parpadeó unas cuantas veces, miró a su alrededor aletargado y entonces, en un segundo, la realidad cayó de bruces contra él. Había soñado que estaba en Summerville con su hermana Mía, corrían por el pasillo de la casa de la montaña, aquella casa que tanto adoraban, con olor a limón y a madera recién cortada. Echaba de menos aquello… Ahora todo era diferente, estaba en un lugar que parecía caerse a pedazos, con olor a orina, basura y óxido. En nada se parecía a su antiguo hogar.

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      ¿Cuánto hacía que estaba allí? ¿Por qué el rostro de su hermana cada vez estaba más difuso? ¿Acaso la estaba olvidando?

      —Imposible —Murmuró incorporándose.

      Habían pasado cuatro años desde su muerte, pero aún conservaba el colgante que le había regalado en su cumpleaños, lo guardaba en el único lugar en el que sabía que estaba a salvo, bajo su camiseta, sobre su pecho. Posó su mano sobre él y cerró los ojos intentando visualizar su rostro. Nunca la olvidaría.

      El recuerdo de la muerte de Mía se colaba siempre con fuerza en su cabeza. Se había repetido cientos de veces que no había fallecido por su culpa, pero inevitablemente, cada vez que pensaba en ella, se sentía culpable.

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      Cuando la invasión del planeta Kados llegó, no hubo lugar en toda la Tierra en el que poder esconderse. Aquellos que no consiguieron llegar a los transbordadores, murieron por el ataque de los enemigos y aquellos que sobrevivieron a los primeros ataques, se vieron obligados a abandonar sus hogares y buscar refugios en locales abandonados, garajes y sótanos. Todo el mundo tenía claro que la única forma de sobrevivir era escondiéndose.

      Dylan no entendía por qué había dejado salir a Mía aquel día, por qué le había permitido acompañarle en busca de comida. Si no lo hubiese hecho, aún seguiría viva. Cerró los ojos y deseó poder cambiar el pasado.

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      — Feliz cumpleaños, Dylan —la voz de Alice le sacó de sus pensamientos.

      Alzó la mirada y vio a ésta y a Rose en la mesa en la que todos los días, después de la hora del gallo, se reunían para desayunar. Después, sin mediar palabra, volvió la vista al frente. No estaba de buen humor.

      Se quedó allí sentado en la cama, pensando en por qué su vida tenía ahora ese aspecto tan desolador. Acababa de cumplir veinticuatro años y nada en su vida, absolutamente nada, tenía sentido. Pensó en sus compañeros y en si ellos se sentirían de la misma manera. Alzó de nuevo la vista y observó cómo ambas comentaban entre risas la caza del día anterior. ¿Qué les hacía tanta gracia? ¿Acaso no eran conscientes de la basura que les rodeaba? ¿Quién podía ser feliz en un mundo como el suyo?

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      Rose era una joven de veinte años, de rostro risueño, dulce y aniñado. Su cabello, de un rosa brillante, se encontraba siempre recogido en una trenza. Tenía unos grandes y expresivos ojos verdes y una sonrisa de lo más sincera.

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      Era la más joven del grupo, pero no por ello la más inexperta con las armas. Su padre, antiguo jefe del equipo espacial de la Isla de Natoos, le había entrenado durante más de diez años para luchar tanto contra guardias blancos y androides como contra robots dorados y Kades. Estaba tan acostumbrada a cazar que pocas veces se lo tomaba en serio. Dylan no aguantaba esa despreocupación, cada día se jugaban la vida en el exterior, ¿cómo podía jugar con algo así?

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      Alice observaba a Rose con una gran sonrisa en el rostro, asintiendo de vez en cuando y acicalándose el cabello cada vez que un movimiento se lo descolocaba. Sus ojos destacaban sobre el resto de las facciones. El iris, de un azul intenso, se encontraba protegido por unas largas pestañas que se sacudían grácilmente con cada pestañeo; y su nariz, fina y respingona, se agitaba ligeramente al dejar entrar y salir el aire.

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      Siempre llevaba el pelo suelto, lo que hacía que a su paso desprendiera un atrayente olor a cerezas.

      Alice no era tan buena con las armas como lo era Rose, sin embargo, era ágil y discreta. Siempre cazaba con sigilo, la prudencia era una de sus mayores cualidades y, al contrario que su compañera, siempre planeaba al milímetro todos sus ataques.

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      —¿Dónde está Marc? —Dylan fijó la mirada en sus compañeras y preguntó sin demasiada energía.

      —Arriba —Rose contestó encogiéndose de hombros—. No quería que nadie le molestase.

      No le sorprendía. Marc pasaba la mayor parte del tiempo solo, no le gustaba la gente, ni la compañía, ni las palabras. Dylan se levantó del colchón y se dirigió hacia las escaleras. El olor a óxido le hizo estremecer pero su rostro se mantuvo sereno. Siempre lo hacía.

      Al llegar arriba, el chasquear de la madera le dio la bienvenida. Miró a su derecha y vio a Marc junto al fuego.

      —Cada día hace más frío —Comentó Dylan apoyándose en la barandilla y cruzando los brazos con actitud despreocupada —Esta noche será dura.

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      Marc no dijo nada, siguió junto al fuego, con la mirada perdida en el humo que desprendía y apoyado en su rodilla izquierda.

      —¿Has comprobado cuanta comida nos queda? —Inquirió Dylan fijando su mirada en las latas que había a su derecha.

      —No mucha —Marc apartó la vista del fuego y habló con el rostro completamente inexpresivo y la mirada perdida en la lejanía.

      —Mañana tendremos que salir a buscar más.

      —Eso parece.

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      Su mirada se volvió a pegar en el fuego, pero esta vez con una nota de melancolía en cada pupila. Aunque parecía estudiar con detenimiento las anaranjadas llamaradas de la hoguera, Dylan sabía perfectamente que Marc estaba absorto en recuerdos, siempre lo estaba. Su rostro se escondía detrás de un mechón de pelo azabache, pero se advertía tras él un rostro serio con marcadas facciones y una mirada fría como el hielo. Fría pero pura, o al menos eso pensaba Dylan.

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      —¡Mierda! —Tanto Dylan como Marc se sobresaltaron al oír el quejido de Rose en la planta de abajo —¡Están intentando entrar!

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        Impresionante! buen argumento e impresionantes fotografías, me pasare a verla seguido :D.

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          Muy interesante, me encanta el argumento y las fotos son fantásticas ;) pasaremos a ver que tal les va a esos jovenes y que le espera a la clon del principio :smile:

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            OMG! Me he enamorado, de los dos! Es que son tan melancolicos y misteriosos! Espero impaciente para ver que no les pase nada malo en el proximo capítulo!! Y de nuevo ya sabes que me ha encantado todo artista!

            :smile:

            Y por la uni, te entiendo perfectamente! Mucho animo! Aunque acabaran matandonos a todos...

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              Me encanta *-* Que hermoso es Dylan :megustae: Pinta increíble la historia, sale de lo habitual y aún así está estupenda, te felicito :blush:

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                La historia es increíble, espero que la continues

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                  Wooooooow!! Mil graaaaacias a todos! Qué alegría vuestros comentarios! Siento muchísimo ir tan lenta, pero no he tenido nada de tiempo... A partir del viernes que viene podré actualizar más! La de "Historias compartidas" también intentaré avanzarla más rápido!!

                  Gracias de nuevo y... espero que os guste!

                  CASSIE

                  — Venga, espabila —La voz de Pitbull, uno de los guardias, hizo que Cassie volviera al presente.

                  Estaba acostumbrada a perderse entre recuerdos, así que no era de extrañar que justo en aquel momento estuviera ausente. El agua que caía de la ducha no era tan caliente como le habría gustado, pero le ayudaba a relajarse y le hacía más fácil el tránsito a su pasado. Le encantaba viajar entre recuerdos, allí era libre.

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                  Como todos los martes y jueves a la hora del gallo, Cassie disfrutaba del único momento en el que nadie la vigilaba. Después de asearse, era enviada de nuevo a su celda o, como le gustaba decir a ella, al infierno. Por lo menos debía dar gracias por aquellos minutos de tranquilidad en la ducha. Hacía ya dos años que le habían capturado y, aunque las largas avenidas y estancias del transbordador eran frías e impersonales, eran muchísimo mejor que su roñosa mazmorra.

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                  Cassie soltó un gran suspiro y, a regañadientes, se despidió de la ducha. Se puso el uniforme naranja, las incómodas zapatillas (dos tallas más grandes que las suyas) y salió al pasillo donde los guardias la esperaban.

                  — ¿Me vas a poner las esposas o qué? —No opuso resistencia, ya no servía de nada.

                  — Cierra la boca —Habló amenazante aquel mamotreto sin cerebro.

                  — No hay quien os entienda, ¿preferís que me resista?

                  Pitbull le dio la vuelta con agresividad y le puso las esposas, apretando el seguro al máximo.

                  — ¿No podrías aflojarlas? Me hacen daño…

                  — Otra palabra más y las duchas se acabaron.

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                  <<Cómo si tú tuvieses el poder para decidir eso, imbécil>> Cassie odiaba al estúpido de Pitbull. Dijese lo que le dijese, siempre le acababa insultando o soltando un bofetón. Por eso ella le llamaba así, Pitbull, porque era como una bestia, solo ladraba y mordía. Su compañero Rod por lo menos no abría la boca y no porque no quisiera sino porque le era imposible, le habían cortado la lengua unos Kades en el Planeta Tierra.

                  Salieron de las duchas y se dirigieron de nuevo hacia las celdas. Pitbull siempre iba el primero, se conocía los pasillos del Transbordador X-89 como si hubiese vivido toda la vida allí. Rod iba detrás, mirando como un baboso el trasero de Cassie y pisando bien fuerte las baldosas negruzcas de metal.

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                  Todo el mundo sabía que muchos de los guardias del Transbordador X-89 eran antiguos prisioneros de la cárcel estatal que servían bajo las órdenes del Capitán Lemack y que, por bajas en el cuerpo espacial, habían tenido que unirse al resto de guardias. Cómo habían cambiado las cosas… Ahora ellos eran la fuerza de seguridad y ella la cautiva.

                  No tardaron en llegar a la prisión del Transbordador, que se encontraba en el nivel menos ocho. Una puerta circular y de metal grisáceo daba paso a la cárcel LRT, el Lugar de Reclusión de los Traidores.

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                  El único crimen que habían cometido era oponerse a las luchas contra los Kades. Cassie había visto cómo el Planeta Kados había invadido La Tierra y hecho la guerra, pero entendía el motivo que se escondía detrás de la intrusión. Antes de que la amenaza llegara, los terrícolas llevaban años masacrando a los Kades que, huyendo de las guerras de su planeta, se refugiaban en La Tierra. Menuda bienvenida les esperaba…

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                  <<Quieren acabar con los humanos>> <<Son una amenaza, monstruos, asesinos>> <<Lucha contra los invasores>> Cassie recordaba a la perfección los diferentes titulares que adornaban las pantallas del planeta, titulares que habían hecho cundir el pánico y poner en contra de los Kades a toda la sociedad.

                  Como el resto de prisioneros del Transbordador, Cassie era una de las integrantes del Equipo Espacial de La Tierra que se había negado a formar parte del grupo que exterminaba a los Kades. Por eso había sido encerrada, porque a los ojos de los terrícolas era una traidora.

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                  — Siempre la última —Hans, el guardia de la entrada, miró el holograma en el que figuraban todos los prisioneros y marcó el nombre de Cassie—. El resto ha vuelto de las duchas hace media hora.

                  — El resto tiene alergia al agua, no hay más que oler sus celdas.

                  — Venga, date prisa —Pitbull le dio un empujón—. Estás haciendo perder el tiempo de t…

                  Los altavoces interrumpieron las arrogancias de Pitbull, alertando de una fuga de ácido fluorhidríco en la sala de experimentos.

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                  Pittbul y Rodd salieron disparados hacia los laboratorios. Cuando desaparecieron por uno de los pasillos, Cassie estuvo a punto de echar a correr pero era demasiado tarde, Hans ya la tenía cogida por el brazo. Éste marcó el código que abría las pesadas puertas blindadas y le hizo pasar al interior de la prisión.

                  — Hogar, dulce hogar —Comentó Cassie sarcásticamente.

                  Pasaron veinte celdas hasta que llegaron a la suya. Se encontraba frente a la salida norte, que era la puerta que daba paso al nivel de los dormitorios de los distintos trabajadores del transbordador. Cassie advirtió que la puerta estaba entreabierta. Era extraño aquel descuido, nunca se descuidaban en la LRT.

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                  Hans ni se inmutó, no le sorprendía, nunca se enteraba de nada, era el más imbécil de los guardias de la prisión, pero también el único que no golpeaba a los presos, y eso lo agradecía.

                  — Cada día se mete peor la mierda de llave —Comentó forcejeando con la cerradura de la celda.

                  — ¿Seguro que es la llave la culpable?

                  Hans no dijo nada. Abrió la puerta, le quitó las esposas a Cassie y la empujó al interior de la celda.

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                  En un segundo, sin detenerse a pensar en ello, cuando la puerta estaba a punto de cerrarse, Cassie la golpeó con todas sus fuerzas, derribando a Hans y quedando en libertad. Éste cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza con unas cajas de metal oxidado que había por el suelo. Cassie echó a correr como nunca antes lo había hecho. Hans reaccionó lo antes que pudo y salió en su busca. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado y no darse cuenta de que la puerta estaba abierta?

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                  Cassie había soñado cientos de veces con aquel momento, llegando a perderse horas y horas en un futuro completamente inventado. Se lo había imaginado de muchas formas, pero nunca así, nunca habría pensado que sería tan fácil. Las puertas abiertas, ningún guardia por los pasillos, todo en completo silencio…

                  Corría sin detenerse en ningún momento, oía a lo lejos los gritos de Hans, pero le daba igual, estaba demasiado lejos, y ella era mucho más rápida que él, pronto le sacaría una distancia de varios pasillos.

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                  Realmente no era consciente de cómo iba a acabar todo aquello, se encontraba en un transbordador a miles y miles de kilómetros de La Tierra, no había salida posible, sólo largos pasillos, puertas blindadas, naves, máquinas inteligentes y una tripulación repleta de completos imbéciles.

                  — Dicen que la fuga puede llegar al nivel cinco.

                  Una voz ronca le hizo dar un respingo.

                  Cassie se detuvo con el corazón en la garganta, miró discretamente y advirtió a un hombre y una mujer andando hacia donde estaba ella. << ¡Mierda! >>

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                  — Johnny me ha dicho que ha afectado a las sala de conservas. Han tenido que tirar más de la mitad de los alimentos —La voz continuó, pero Cassie sólo escuchaba el latido de su corazón.

                  Si volvía hacia atrás, Hans la encontraba, si se encaraba contra ellos, volvía a la prisión. ¿Qué debía hacer?

                  La solución apareció ante sus ojos por arte de magia. A lo lejos se abrió una de las puertas blindadas y apareció una chiquilla de cabello negro leyendo un manual de vuelo. Cassie esperó unos cuantos segundos a que la chica no pudiera verla y, antes de que se cerrara la puerta, se introdujo a la velocidad del rayo y con el sabor de libertad colmando cada una de sus papilas gustativas.

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                  Editado por CasieFiccion
                  A Luna- and Alyssa les gusta esto

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                    Love it! Me encanta, me encanta, me encaaaaaaaaaaaantaa :aplauso2oj2:

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                      ME ENCANTA! Nunca me han gustado este tipo de historias , pero me estan empezando a gustar.Tengo una pregunta, como haces para ponerle las esposas?

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                        Oh diooos!! Easta super interesante! Y me entantan los kades! ME ENCANTAN!!

                        Y Cassie tambien tiene buena pinta, a ver si lo consigue!! Sigue pronto pliss!

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                          Ha estado bien el capítulo de Cassie, a ver si continuas más rápido con los capítulos :D

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                            Espectacular y original historia! Muy buenas las capturas, como personalizaste los sims, las escenas, todo! espectacular, te quedo muy profesional, una historia oscura y sobrenatural, me encanto la idea! que creatividad! te felicito, ojala subas mas capitulos pronto!

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                              Hola a todos! Sé que hace mil años que no me paso por aquí, pero entre que no recordaba mi usuario (sí, incomprensible) y que he estado con prácticas en la universidad, no he podido escribir nada, ni meterme en el juego a hacer las fotos. Espero que no me odiéis...

                              Muchísimas gracias por todos los comentarios! me encanta que sigáis mi historia, es un honor.

                              Por cierto, AnnitaGennis, las esposas las hice con photoshop... jajajaja no las encontré por ninguna página de descargas :(

                              Actualizo con un nuevo capítulo un pelín más largo de lo normal, para compensar mi ausencia. Espero que os guste!

                              ISAAC

                              Isaac andaba por los largos pasillos de Thánatos, seguido por dos Guardias Blancos. A su lado iba Thea, tan silenciosa como siempre y con esos ojos grisáceos tan vivos viajando de un lado a otro. Sabía que pronto lo recordaría todo, que le recordaría a él.

                              Unas puertas de hierro macizo les dieron paso a la sala de experimentos, donde los científicos más distinguidos de Thánatos trabajaban sin descanso, rodeados de células, tejidos e incluso órganos de clones.

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                              Su principal objetivo era crear un ser robótico en apariencia igual que el ser humano pero sin la capacidad de sentir, de pensar o de juzgar. Allí en Thánatos no había lugar para el amor, las sonrisas o el llanto, los clones debían actuar de forma mecánica y guiados por las disposiciones de Kuo, nunca movidos por sus sentimientos.

                              Cada día los altavoces del laboratorio recordaban la idea. Si los trabajadores no cumplían las órdenes eran desterrados y enviados a los exteriores de la fábrica donde el peligro acechaba en cada esquina de la isla, con Kades, robots dorados y androides por todas partes. Nadie quería eso.

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                              Isaac odiaba el trabajo que desempeñaba, cada uno de sus compañeros y el olor de la sala, que le recordaba a los laboratorios subterráneos, donde su padre había trabajado antes de ser descubierto por los Guardias Blancos, cuando de sol a sol trabajaba curando a las víctimas de los Kades. Nunca lo había pasado tan mal. Siempre rodeado de sangre, pus y muerte.

                              Isaac advirtió que Thea no apartaba la mirada de los clones que estaban examinando en las zonas de Control cutáneo, salas en las que se tomaban muestras de los tejidos de los clones y los comparaban con los tejidos de piel humanos. No entendía cómo aún no era capaz de recordar, había pasado por allí cientos de veces.

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                              Después de pasar la sala de control muscular y subir a la planta 20, llegaron a la sala de Estudio Motriz, en la que se medía el porcentaje de semejanza que existía entre los movimientos de los clones y los de los humanos. Isaac se aseguró de que nadie estuviera en aquel momento, quería estar a solas con Thea, necesitaba hablarle.

                              — Thea, ¿aún no recuerdas? —Ésta le miró sin expresión en el rostro—. Soy Isaac —el clon siguió con la mirada fija en Isaac, pero sus ojos sólo reflejaban lejanía, lejanía y tristeza—. ¿Sabes qué hacemos aquí? —Ella no contestó—. Me encargo de ejercitar tus músculos, de medir tus constantes, de hallar las similitudes que existen entre tu cuerpo y el de los humanos…

                              Isaac se detuvo al ver que Thea cogía aire y se preparaba para hablar. Sin embargo, sin decir una palabra, volvió a perder la mirada en los ojos de Isaac y selló de nuevo sus labios.

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                              — ¿Ves todos esos aparatos de allí? —Isaac no perdió la esperanza y volvió a preguntarle—. Utilizamos los electrodos para enviaros repuestas motoras de humanos. ¿Tampoco recuerdas eso? Intentamos que vuestro cuerpo se mueva como el nuestro. Generalmente traemos a… —Thea le miró con expresión encogida, Isaac no pensaba rendirse—, traemos a los clones aquí para inyectarles…

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                              — El fármaco DDO, la Droga Disociativa del Olvido —La voz de Thea le sorprendió.

                              Isaac asintió con una inexplicable emoción recorriendo todo su cuerpo. Por fin recordaba.

                              — ¿Sabes quién soy?

                              Thea bajó la mirada y negó con la cabeza algo avergonzada. Isaac no se sorprendió, era normal que no recordara todo de golpe, pero normalmente era a él al primero que recordaba.

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                              Llevaba dos semanas sin darle el fármaco DDO, una droga que introducía placas seniles y ovillos neurofibrilares en el cerebro mecánico de los clones, suprimiendo toda capacidad de recuerdo. Kuo intentaba que sus cabezas fueran lienzos en blanco para que, una vez completado el proceso de transformación humana, les fuera más sencillo introducir recuerdos de una vida humana artificial.

                              — Thea, necesito que te tumbes, debo controlar tu pulsación.

                              Isaac cogió la dosis diaria del fármaco DDO y se la guardó en el bolsillo. Tenían un estricto control sobre ella, así que debía hacer creer a los controladores que se la había inyectado a Thea. Se acercó a ella y le inyectó un DDO placebo.

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                              El objetivo de Kuo, desde su primer contacto con el Planeta Tierra, había sido crear máquinas de matar con aspecto humano, máquinas que conseguirían ganarse la confianza de sus enemigos, los humanos. Isaac, en un principio, no había tenido más remedio que colaborar, aun sabiendo que acabarían con su propia especie, pero al conocer a Thea todo había cambiado. Ella no era igual que el resto de clones... No sólo porque fuera mujer, sino porque sentía, a pesar de tener un corazón construido con titanio y un cerebro de metal. Aunque tenía claro que era una máquina, la quería.

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                              — Isaac —Una voz a su espalda le hizo pegar un respingo.

                              Se dio la vuelta y advirtió a Carls, el director de los laboratorios de la planta veinte y uno de los responsables de los estudios con clones. Todo el mundo sabía que era un experto en la materia, había elaborado treinta y dos manuales con los principios de la ciencia clon y un texto de mil cien hojas acerca de los mecanismos del cerebro clon.

                              — Estamos listos para proceder a la fase quince —Continuó el científico mirando de arriba abajo a Thea—, ¿xx5 está preparada?

                              Isaac fijó su mirada en la clon, que se había incorporado ante la presencia de Carls. Ésta le miraba con expresión encogida y una extraña nota de angustia en la mirada. Había llegado la hora de completar la transformación, ¿acaso Thea sabía lo que le esperaba?

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                              — Sí, está lista —Asintió con seguridad, intentando ocultar el dolor que le suponía alejarse de Thea—, en dos minutos estaremos en la sala de las cápsulas. ¿Cuántos clones pasarán por la fase quince?

                              — Tres xy224, son los únicos que han sobrevivido a la fase anterior. El resto no superó la transformación cardiovascular.

                              Isaac se estremeció. Cuatro años experimentando con clones y ninguno había conseguido llegar tan lejos, ¿y si Thea no lograba superar la fase quince?

                              — ¿Cuándo se implantarán los recuerdos? —Preguntó, escondiendo el temor a perderla.

                              — Si todo sale bien, mañana a la hora del Gallo —Carls miró su reloj de muñeca, y sin decir una palabra más, se alejó hacia el teletransportador.

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                              Cuando desapareció, Isaac golpeó con fuerza la cristalera de la sala y deseó con todas sus fuerzas poder cambiar el destino de Thea. Sin embargo, en un segundo, alguien le sacó de sus pensamientos, abalanzándose sobre él, sacudiendo su corazón y estampándole contra el cristal que antes había golpeado. Se dio la vuelta y advirtió a Thea, mirándole con esos ojos vivaces que tanto le gustaban.

                              — ¿Thea, qué ocurre? —Preguntó sin entender aquel arrebato.

                              — Lo recuerdo... —Sonrió con plenitud—, te recuerdo.

                              Sin decir una palabra más, le abrazó como si no le hubiese visto en años, como si su vida dependiese de ese abrazo, como si quisiese unir ambos cuerpos en uno solo

                              — No quiero dejarte.

                              Isaac cerró los ojos con fuerza y lo supo: No la iba a dejar. No podía.

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                              Cuando los cuerpos se separaron, Isaac acarició con ternura el brazo de Thea y ésta, a cambio, le regaló una de esas sonrisas que tanto le gustaban a él, cargada de afecto y devoción. No podía soportar no ver esa sonrisa más, no podía perderla, y sabía que cuando se completara la fase de implantación de vida humana, los recuerdos que había protegido del cerebro de la clon serían borrados. ¿Cómo evitarlo?

                              — Te he echado de menos, Thea. Pensé que no me recordarías...

                              — ¿Cómo no iba a hacerlo? Eres el que me mantiene unido al mundo real, el único que me hace querer ser humana. Si no fuera por ti, mi corazón sería un trozo de metal, ¿lo sabes, verdad?

                              Isaac sonrió con el corazón dando saltos de alegría.

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                              —Aun así, debemos ir a la sala de las cápsulas... —Admitió Thea bajando la mirada y cambiando la felicidad de sus ojos por la angustia y la aflicción.

                              — Pero no puedo dejar que...

                              — No —Le cortó Thea apoyando sus manos rosadas en el pecho de Isaac—. Tengo que ir.

                              Isaac rodeó su cuerpo y negó con la cabeza, sintiendo unas terribles ganas de gritar y arremeter contra todo aquel que se interponía entre ellos dos.

                              — No te pongas mal —Thea le levantó la cabeza y le dedicó una nueva sonrisa.

                              — ¿Cómo es posible que una sonrisa tuya alivie todo el dolor que tengo dentro?

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                              — No va a ser la última vez que me veas sonreír.

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                              — Te lo prometo —le dio un último abrazo—. Vamos, es la hora.

                              Isaac le cogió de la mano y se la apretó con fuerza.

                              Al llegar a la Sala de las Cápsulas, las dos manos se alejaron y comenzaron a temblar. Había llegado la hora de separarse.

                              A lo lejos, cinco trabajadores ponían en marcha todas las máquinas y hacían los últimos preparativos. Carls estaba al mando, daba órdenes con esa voz áspera tan desagradable y haciendo aspavientos con los brazos. Isaac acercó su mano a la de Thea, y sin hacer ningún movimiento brusco, la acarició.

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                              La clon le miró y, aunque Isaac no supo descifrar qué quería decir su mirada, supo que se estaba despidiendo. Se alejó de él, y se introdujo en el torno número cinco, aquel en el que ponía "XX5". En las otras tres cápsulas ya estaban los clones preparados para la penúltima fase.

                              — Preparados para la fase quince —Habló uno de los ayudantes de Carls, accionando un botón en el panel de mando y control.

                              —Preparados —Asintió Carls.

                              —3..., 2... —Una voz mecánica sonó por los altavoces de la sala—, 1... Inicio de fase

                              El sonido de una alarma aguda hizo que los cuerpos de los clones comenzaran a temblar.

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                              Isaac sintió una punzada en el pecho y, al ver la expresión de terror de Thea, estuvo a punto de gritar como un poseso que debían anular la fase, pero pronto el temblor paró y comenzaron a estabilizarse las cápsulas, y con ello el corazón de Isaac.

                              Éste advirtió que las manos y los pies de Thea comenzaban a cambiar de color, así como sus piernas, su pecho, sus brazos, su rostro...

                              Las pupilas de la clon se dilataron y las manchas de su rostro y cuerpo comenzaron a desaparecer. Isaac dio unos cuantos pasos hacia delante y observó con curiosidad, con el corazón en la garganta.

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                              Un fuerte pitido hizo que los oídos de los allí presentes se estremecieran. Las cápsulas comenzaron a temblar, pero esta vez por un período más breve de tiempo y acompañadas de una espesa neblina blanquecina. Al sonar un segundo pitido, el temblor de las capsulas cesó y la neblina comenzó a desaparecer, hasta dejar visible por completo el cuerpo de Thea.

                              — Oh, vaya... —Exclamó Isaac abriendo los ojos como platos y dibujándose en su rostro una pequeña sonrisa.

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                              Editado por CasieFiccion
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