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Historia cancelada ANA, NO MIRES ATRÁS

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Hola chicos! Escribí hace mucho esta historia y la publiqué en la página de los sims, así que si alguien leía los diarios de allí, quizá os suene...

La historia de "Bite Me" la he tenido que dejar porque de momento, hasta que consiga instalar los sims en este ordenador, no podré actualizar...

Bueno, empezamos. Espero que os guste!

ANA, NO MIRES ATRÁS

7 años antes…

—Prométeme que te pondrás bien… —Le cogí la mano a mi madre y hablé atragantándome con mis propias lágrimas.

—Ana… —Susurró sin apenas fuerza.

—No mamá, ¡prométemelo!

—Yo… —Me apretó con fuerza la mano— Yo…

Su mano se soltó y entonces lo supe. Había muerto.

En ese momento todo en aquella habitación, absolutamente todo, perdió color y se volvió de un tono pardo y sombrío. Los sonidos desaparecieron, excepto el pitido continúo de la máquina que marcaba las constantes. Vi cómo una enfermera entraba corriendo y me apartaba de un empujón, pero no más… Mi mente, al ver la mano de mi madre desplomarse, había decidido bloquearse y no guardar más recuerdos.

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Casa de los Martínez

Septiembre 2010

21:00 PM

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Siempre he pensado que el mundo sería mucho más fácil si no existiera la tristeza ni el dolor. Sería un mundo repleto de sonrisas y de alegría, o no… Si no sabemos qué es la tristeza, ¿sabemos apreciar la felicidad? ¿Cómo saber si eres feliz si nunca has sido infeliz? —suspiré— Aquí estoy… Como todas las noches mirando como una imbécil las estrellas. Bah, como si ellas fuesen a solucionarme la vida…

—¡Ana! —Oí gritar a mi padre desde el otro lado de la habitación —¡Abre la puerta!

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No me di demasiada prisa. Me metí en la habitación y abrí con calma la puerta.

—Qué pasa… —Pregunté con tono pesado.

—¿Como que qué pasa? ¡Lo sabes perfectamente! —Me gritó furioso—. ¿Qué forma es esa de tratar a Marta?

—Se lo merece —Contesté orgullosa.

—¿Cuántas veces te he dicho que la respetes? Tiene todo el derecho a regañarte.

—Eso habría que verlo.

—¡Ana, ella también es parte de la familia! —Exclamó arrugando la cara.

En ese mismo momento habría gritado con todas mis fuerzas “¿Pero qué dices? ¡Esa trepa nunca pertenecerá a nuestra familia! ¡Lo único que quieres es tu dinero!” pero no dije nada… Sabía que si salían esas palabras por mi boca, me ganaba un guantazo y, qué queréis que os diga, no me apetecía nada…

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—Baja ahora mismo y le pides perdón.

—Pero papá…

—No quiero volver a oírte —Me cortó dándose la vuelta—. Si no bajas, olvídate de salir de casa y, por supuesto, la paga desaparece.

Maldita sea, no le aguantaba, ¡ni a él ni a su estúpida novia!

Odiaba cuando se ponía en plan “padre autoritario”. Se pasaba el día en el trabajo, apenas pasaba por casa, pero cuando lo hacía era insoportable, siempre acabábamos discutiendo. Había días que se los pasaba encerrado en su despacho. Si yo le interrumpía me gritaba unas cuantas estupideces y me cerraba la puerta en las narices, si le interrumpía Marta, la recibía con un abracito y después la invitaba a cenar. ¿Cómo no iba a odiar a esa mujer?

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Creo necesario contaros cómo se conocieron mi padre y su estúpida novia. Éste, hace tres veranos, tuvo que marchar por cuestión de trabajo a MitCity, una de las ciudades más bonitas de nuestro país. Allí vivía Marta que, por aquel entonces, era una don nadie que vivía de las propinas del bar en el que trabajaba, y estudiaba en una escuela de arte dramático que apenas podía pagar. Una noche, mi padre, emocionado por la venta de unos terrenos en esa ciudad, decidió ir a celebrarlo con algunos compañeros de trabajo. Bueno, pues entre copa y copa, acabaron él y sus amigos, borrachos perdidos en el bar de Marta. El muy estúpido de mi padre acabó prendado de ella y le pidió que se fuera a vivir con él. Inexplicable.

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Mi padre comenzó a ganar más y más dinero, pues le ascendieron a director general del banco de la ciudad y, con algunas ventas estratégicas, consiguió multiplicar los beneficios por cada ingreso de dinero en el banco. Ahora vivía rodeado de guardaespaldas y, como no, de dinero. Aquella vida le encantaba, aunque estuviera siempre liado con el trabajo. Tenía todo lo que deseaba; una mansión frente al mar, una novia guapísima quince años más joven que él, un trabajo perfecto y montones y montones de billetes. ¿Y la hija desobediente y poco agraciada? Creo que en la "vida perfecta" de mi padre, no había espacio para mí.

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Y ahora, volvamos a la historia…

Bajé las escaleras malhumorada, repitiéndome una y otra vez que no me estaba rebajando, solo estaba luchando por conservar mi paga. Llegué al salón y allí la vi, sentada en el sofá mirándome como diciendo “¿Qué Ana? ¿Has visto como manejo a tu padre?” Me tragué mis ganas de romperle la cara y comencé con el teatrillo.

—Marta… —Me puse la mano en el pecho y hablé dramáticamente—. Lo siento. Perdona el comentario de “tú no eres quién para mandarme” Estaba… Equivocada— Exageré las palabras haciendo una mueca.

—¡Ana! —Volvió a gritarme mi padre.

—No te preocupes Lorenzo, sé que ha sido sin querer. Ha sido mi culpa, de verdad, no debería haberle dicho que no podía ir a la fiesta.

Ag, detestaba cuando se hacía la víctima, ¡siempre igual! Me picaba y luego se hacía la novia comprensiva y maja que defiende a la niña.

—¡Pues claro que no puede ir a la fiesta! ¡Y ahora con más motivo!— Le siguió mi padre.

—¡Papá!

—Habértelo pensado mejor antes de tratar así a Marta.

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—Lorenzo… —Intervino Marta—. Deja que vaya a la fiesta. Seguro que se porta muy bien y vuelve pronto a casa, ¿verdad Ana?

—No —Contestó mi padre contarte.

—Pero papá, apenas salgo de casa… Siempre estoy amargada aquí, y por una vez que quiero hacer algo tú no me dejas… —Hablé dramática—. Yo es que ya no sé qué hacer…

—Cariño, no te pongas mal —La estúpida de Marta se acercó a mí y me intentó abrazar.

—Ni se te ocurra. Te tengo calada —hablé amenazante.

¿Cómo se podía ser tan falsa? Sabía muy bien que no me aguantaba, igual que yo a ella.

—¡Ana! ¡¿Cómo se te ocurre hablarle así a Marta?! ¡A tu cuarto ahora mismo!

—¡Lo estaba deseando! —grité marchándome con mal genio.

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Al subir a mi habitación abrí de par en par la ventana del balcón y salté al árbol que había pegado a mi terraza. Con cuidado lo bajé y me marché corriendo a la playa. Necesitaba escapar de aquella asquerosa casa e irme lejos… A un lugar en el que poder pensar tranquilamente.

La arena me dio la bienvenida, lo noté, y allí me quedé escuchando el sonido del mar y viendo el cielo cubierto por estrellas, por miles y miles de estrellas brillantes. Me hacían sentirme pequeña, sí, pero no tanto como me lo hacía sentir mi padre. No entedía por qué, pero a su lado me sentía insignificante, como si no existiera, como si le diese igual que desapareciera…

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A la mañana siguiente…

—¡Mierda! ¡Las ocho! —me levanté acelerada—. ¡Me he dormido!

Me aseé rápidamente y me dispuse a vestirme. Qué grata sorpresa me llevé al abrir el armario, ni una sola camiseta, ni un puñetero pantalón, nada. ¡¿Y mi ropa?!

—Primero me duermo porque a “alguien” se le olvida despertarme y ahora esto, ¡¿dónde está mi ropa?! —Desesperada bajé las escaleras—. Maldita criada, para una cosa que se le pide…

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Entré en la cocina refunfuñando y allí vi a Tina, picando con maestría unos cuantos pimientos. Me sorprendió no ver a la novia de mi padre, siempre estaba allí tomando un zumo de naranja.

—Buenos días señorita Ana —Habló Tina cogiendo un bol y removiendo una masa de aspecto viscoso.

—¡¿Qué pasa aquí?!

—No la sigo…

—Vale, igual con unas cuantas preguntas te oriento: Uno, ¿dónde está mi ropa? Dos, ¿por qué no me has despertado? y tres, ¿dónde se ha metido la petarda de Marta? Hoy me tenía que llevar al instituto.

—Ha ido a la peluquería. Esta noche recibe un premio por su papel en “Lejano bar de tapas”, ¿no lo recuerda? Lo repitió ayer unas cuantas veces, estaba tan emocionada…— Rió maravillada. Tina Adoraba a Marta.

—Ag —Arrugué la cara —¿Sabes qué? Me da igual dónde esté mi ropa, dónde esté la imbécil ésa y todo lo demás, ¡me marcho! —Protesté enfadada.

No tenía tiempo para escuchar tonterías, así que subí a mi habitación, me puse la ropa del día anterior y me marché corriendo.

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—¿Por qué no habré nacido con el poder de la teletransportación? ¡Mi corazón va a salir disparado como siga corriendo!

Sé que sonará extraño pero adoro ir a clase. Me encanta aprender nuevas cosas y adquirir conocimientos de todo tipo.

No cuela, ¿no? Mi sentimiento hacia el instituto es como una mezcla entre repulsión y asco, como si cada vez que entrase en clase me clavasen ocho cuchillos seguidos, así uno tras otro. Soy exagerada, sí, pero odio a mis compañeros y mucho más tener que dar clase con ellos.

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Nunca he entendido su forma de ver la vida. A cada segundo intentan llamar la atención, es como si les gust… —un fuerte golpe cortó mi discurso interior— ¡Mierda! —caí al suelo desplomada— ¿Pero qué…?

Una especie de pared me habría frenado. Abrí los ojos y caí en la cuenta de que el causante de mi caída no había sido un muro sino Amir, el chico más guapo de todo el instituto. No, miento, el chico más guapo de la ciudad… Estudiaba un módulo de informática en el instituto y cada lunes, martes y viernes nos alegraba la vista a todas las adolescentes del instituto Carhont.

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Mientras, en clase…

—Como todos sabéis, vuestra profesora de literatura hace dos días dio a luz, así que estará unos meses ausentada.

—¡Por fin! —Exclamó el gracioso de la clase.

—Así que hemos tenido que buscar a un sustituto. Os presento a… Lolo —Se oyeron unas cuantas risas por lo bajo al escuchar el nombre —Vuestro nuevo profesor de literatura. Espero que le tratéis bien.

—Eso espero yo también —habló risueño el nuevo profesor.

—Ya verás cómo sí. Aquí te dejo con ellos…

—Perfecto —contestó el tal Lolo con energía.

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—¿Estás bien, Anita? —Me encantaba que me llamara así. Cuando lo hacía, me olvidaba de todo. Qué tontería, lo hacía solo con verle.

—Eh… Em… —Vamos estúpida, ¡di algo!—. Sí… Sí, sí, estoy perf… Perfectamente —Me levanté colocándome bien las gafas.

—¿Seguro?

—Sí, sí, el golpe ha sido desconcertante pero me ha servido para despertarme —solté una ridícula risa aguda.

—Um… No sé si es el golpe o qué, pero te noto algo distinta… —¡Mierda! seguro que se ha dado cuenta de que llevo la misma ropa de ayer —Gafas nuevas, ¿no?

Mi corazón se puso a palpitar con fuerza. ¡Se había fijado! Juro que me habría puesto a cantar, bailar y gritar si él no hubiese estado delante.

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De repente, sin quererlo, comencé a sudar y mis mejillas se pusieron coloradas. Para evitarlo tragué saliva, pero no sirvió de nada.

—S… Sí, sí, me las com… Compré ayer —¡Deja de tartamudear subnormal! —Tengo que… Que irme, llego tarde. A… Adios —No podía quedarme más tiempo ahí, su presencia me estaba matando.

—Pero…

Salí corriendo, dejándole allí cortado, ni siquiera le dejé despedirse. Apuesto que pensaba que estaba loca, seguro, siempre que hablábamos me iba corriendo o me ponía roja como un tomate o, simplemente, me empezaba a reír como una imbécil. Lo mío ya no tenía solución, era una enfermedad incurable: Estupidez crónica.

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—Hola profesora García —La saludé sin mirarla a la cara, para evitar la bronca de siempre. De repente, todos comenzaron a reír—. ¿Qué? ¿Qué pasa?

—Hombre, de mujer tengo poco, o eso creo… —Habló aquel personaje que estaba usurpando el cuerpo de la profesora García.

—Ay —Me quedé cortada sin saber qué decir.

—Anda, siéntate y, por favor, puntualidad —sonrió amablemente —Estamos leyendo el texto de la página 86.

Vaya, vaya, vaya… Pero ¿quién era aquel chico?, muy joven para ser profesor, ¿no?

Su nombre era Lolo y acababa de comenzar a dar clases. Gozaba de una gran atractivo y de un peculiar sentido del humor. Su tierna voz hacía que escucharle fuera todo un gusto. Solo había que mirar a las chicas de mi clase para saber lo que pensaban de él, ¡se les caía la baba!

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Lolo leyó un fragmento precioso, y ¡qué bien leía!

—¿Alguien sabe por qué la protagonista dejó su casa?

—¿Porque necesitaba ir de compras? —Contestó Miranda divertida.

—Mm… No lo creo, en ese pueblecito no había tiendas, fíjate que aburrimiento —le vaciló el profesor.

Sin pensarlo dos veces levanté la mano.

—Dime em…

—Ana.

—Veamos Ana, ¿qué opinas tú?

—Bueno, yo creo que la chica se escapa porque se siente sola. No hay nadie que la quiera o se interese por ella, así que prefiere vivir alejada de esas personas que le demuestran indiferencia.

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—¿Qué dices Anita? No has entendido nada —Se burló Víctor, el gracioso de la clase.

El profesor le mandó callar y me pidió que siguiera.

—En la línea 23 pone que la chica lloró por los que nunca iban a llorar por ella, lo que demuestra lo sola que se siente. Al fin y al cabo… —Bajé la mirada—. No hay peor soledad que la que se experimenta cuando, aun estando rodeado de gente, uno se siente solo...

La melancolía rodeó mi cuerpo. Aquel texto parecía hablar de mí, todos esos sentimientos se acumulaban cada día en mi cuerpo, ¿acaso debía seguir a la chica? ¿Debía marcharme y alejarme de la gente?

Cuando acabé de hablar, un gran silencio envolvió a la clase. Yo miré a Lolo sin saber qué decir.

—Ana… Me has dejado alucinado. Has entendido a la perfección el significado del texto —me dedicó una sonrisa sincera.

—Gracias…

Al dar las nueve y veinte el timbre nos interrumpió. Anunciaba el final de la clase.

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Como siempre entre clase y clase, me fui con África y Miguel al banco del pasillo. Eran mis mejores amigos desde los seis años. Realmente si seguía en GreenTown era por ellos. Siempre habían estado a mi lado, incluso cuando murió mi madre y a mí me dio por odiar a todo el mundo.

—Oye Ana, ¿te pasa algo? Estás como en Babia… —África me dio unos golpecitos en el brazo.

—No… Es lo de siempre. Mi padre… Cada día está más gilipollas.

—Joder Ana, es tu padre… —Intervino Miguel.

—Bah, es la verdad. Y su novia es aún peor.

—Oye, a lo mejor Marta no es tan mala como tú te crees…

—Ya, si yo sé que es Santa Teresa de Calcuta. Lleva un disfraz de retrasada para ocultarse de las mafias de misioneros, ¿sabes? —Ambos rieron.

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Bueno, creo que debería presentaros a mis mejores amigos. Al fin y al cabo, mi vida gira en torno a la suya.

A la derecha Miguel, conocido en todo el colegio como el niño bola. El año pasado ganó un concurso de jóvenes promesas. ¿Os imagináis qué hizo para ganarlo? Zamparse veinte bollitos de leche en menos de cinco minutos. Admirable.

A la izquierda África, una de las personas más luchadoras que conozco. De pequeña sus padres la llevaron a natación por problemas de espalda y ahora es una de las mejores nadadoras de toda la ciudad. A pesar de eso y de ser la hermana de Amir, no es muy popular en el instituto. A veces la miro y la veo tan guapa, que me llego a plantear que su impopularidad puede ser culpa mía…

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Creo que Amir, Nico y Maica también deben ser presentados. Al fin y al cabo, forman parte de esta historia.

A la derecha Amir, además de ser el chico más guapo del instituto es el capitán del equipo de baloncesto Alas Rojas. A su lado está Nico, su mejor amigo y centro del equipo. En cuanto a la del fondo… Bah, es la novia de Amir, y no entiendo por qué, la verdad, es odiosa.

Recuerdo que hace unos años, cuando yo tenía quince y ellos diecisiete, me mandaron hacer un trabajo de especimenes de australopithecus. A medida que iba leyendo las característica de estos seres, me recordaban cada vez más y más a la tonta de su novia (no… No la tengo ninguna envidia). Se llama Maica y… Vale, sí, es guapísima, para qué negarlo. Llevan saliendo tres años y, según lo que me ha contado África, suelen discutir bastante. Maica le dijo hace unos meses a África que le ponía de los nervios que Amir se tirara todo el día jugando a la consola con Nico. Siempre que discuten sobre eso, acaba soltándole argumentos del tipo “Es que tocas a esa maquinita con más cariño que a mí”. A mí me encanta que discutan.

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Editado por CasieFiccion

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    PRIMERAA <3 Me requeteencata, tenés una seguidora :3

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      Muy buen comienzo si señor :D Espero poder leer más pronto! ^^

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        esta genial! espero que sigas pronto :)

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          :o :o :o :o :o :o :o :o Me encanta Y en cuanto a Bite Me, espero que algún día puedas continuarla.

          Ana me cae bien, lo siento, pero si yo estuviera en su situación me comportaría como ella.

          Creo que las "madrastras" son malas de verdad :lol:

          Continúa pronto!

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            Muchas gracias chicas! Me alegra muchísimo que os haya gustado la primera parte! Continúo con ella, espero que os guste!!

            En un lugar alejado de GreenTown

            Premios de cine SimsRecord

            Septiembre 2010 20:00 PM

            ¡Aquí Marta! ¡Aquí! Le decía un fotógrafo.

            ¡Un autógrafo por favor! Gritaban la mayoría.

            Marta, ¡Una sonrisita! Una fotógrafa le deslumbraba con su flash.

            Obviamente ella más feliz que un regaliz. Aquel mundo le encantaba. Le encantaba que supieran su nombre, que la pidieran autógrafos, que saliera a la calle y fuera reconocida. Le gustaba tantísimo la vida que la fama le había dado…

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            Casa de los Miranda

            Septiembre 2010

            22:00 PM

            No, no están mis padres en casa. ¿Crees que me dejarían llegar a estas horas un día de diario? ¡Me matan! Habló risueña.

            Creo que si me tiro tres días sin pasar por casa mi padre ni se entera. Y Tina peor aún, que cuando termina de limpiar se queda embobada viendo la tele y como si roban, ella ni se inmuta.

            Pues da gracias, Ana, mis padres son tan pesados…

            No sabes lo que dices… Murmuré con una nota de amargura en la voz.

            Anda, vamos para dentro Concluyó mientras subía las escaleras del jardín.

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            ¡¿Hola?! Gritó África al entrar en su casa.

            ¡Hola! Contestó Amir desde la planta de arriba. Mi corazón comenzó a palpitar como un imbécil, ¿es que no podía estarse quietecito?

            Estoy con Ana, vamos a ver la tele. ¡No molestes!

            Pareces un telegrama Me burlé entrando al salón.

            Oye Amir, ¡¿Me has oído?!

            ¡Que sí, pesada!

            Amir y África se llevaban, como veis, bastante mal. Eran los típicos hermanos que a todas horas se están peleando. Aun así, les tenía tanta envidia… Yo no tenía hermanos y, de vez en cuando, echaba de menos alguien con el que hablar o, incluso, alguien con el que insultarme y pelearme a todas horas.

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            Me tumbé en uno de los sofás y miré a mi alrededor. Me encantaba la casa de África, tenía un toque especial.

            Oye Ana, voy a por un vaso de agua, ¿tú qué quieres de beber?

            Ah no, gracias, no me apetece nada. Luego si eso cojo algo.

            Bueno, yo te traigo otro vaso, que sé que luego te apetece y me coges el mío rió mientras se iba a la cocina.

            Miré a mi derecha y vi un cuadro de un paisaje árido. África me había contado que su madre había estado viviendo cuatro años en Litviana y que le había encantado la cultura de aquel sitio, así que había decidido decorar la casa como las decoraban allí. Parece mentira que…

            Hola Anita Una dulce voz masculina me cortó a mi espalda. Me di la vuelta y allí vi a Amir, apoyado en la puerta con ese aire despreocupado y esa sonrisa capaz de cortar la respiración.

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            Me incorporé sobresalta y me senté en el sofá con los nervios a flor de piel. Después le saludé, acompañada de una sonrisa de boba que no podía evitar. Él entró en el salón y se sentó a mi lado. Temía que pudiera oír los latidos de mi corazón, pues crecían a medida que se acercaba a mí. A esa distancia, ¿os podéis imaginar a que velocidad iba el maldito?

            ¿Te he asustado?

            No, no, no… creo que dije incluso unos tres noes más. Qué estupida. Pensé que no bajarías, como tu hermana te dijo que no lo hicieras…

            Bah, siempre está igual. Solo he venido a saludarte. Me sonrió y yo, inevitablemente, me sonrojé Oye, ¿y cómo es que habéis llegado tan tarde?

            Hemos… Hemos estado en la biblioteca Serené a mi corazón. Mañana tenemos un examen increíble. Si lo apruebo puedo considerarme la mujer más afortunada del mundo.

            Amir rió.

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            Yo confío en ti, Ana Me dedicó una sonrisa que casi me mata.

            Inevitablemente dos grandes coloretes rojos aparecieron en mis mejillas. Les ordené volver atrás pero no me hicieron ni caso. Quise decir algo, pero no me salían las palabras. Cuando estaba con Amir… Mi cerebro se secaba.

            Oye, el viernes que viene mis padres se vuelven a ir de viaje y había pensado hacer una fiestecilla aquí en casa… ¿Quieres venirte? ¡¿Qué?! ¡¿Amir, el chico más guapo del mundo, me estaba invitando a una fiesta?! Dios, me iba a desmayar…

            Pues…

            De repente, el timbre se introdujo en nuestra conversación, interrumpiendo nuestra romántica velada.

            Voy a abrir, seguramente sea Maica.

            Mil insultos pasaron por mi cabeza calificando a su novia, ¡la odiaba!

            Tienes que aprender a controlarte cuando hables con él, ¡pareces gilipollas! Me regañé por lo bajo.

            ¿Qué pasa? preguntó África que venía de la cocina con dos vasos de agua y un bol de patatas.

            Nada, nada…

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            ¿Me has echado de menos? Le dijo Maica lanzándose a sus brazos.

            Mucho le contestó mientras le daba un dulce beso en los labios.

            Necesitaba estar contigo. Aquello es un aburrimiento si tú no estás… Te he echado tanto de menos… ¡Voy a vomitar!

            Maica era la hija de uno de los socios de mi padre, así que su familia gozaba de una renta bastante alta. Hacía unos años se habían comprado una casa al norte de BurIsland y todos los meses de septiembre ésta y Amir pasaban una semanita allí. Este año Amir, desgraciadamente, había tenido que quedarse trabajando en la empresa de su padre, así que no había podido acompañarla. ¡Gracias padre de Amir!

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            En el salón, a la graciosa de África no se le había ocurrido otra cosa que poner los premios SimRecord y justo estaba saliendo en pantalla la queridísima novia de mi padre. Al verla, me incorporé malhumorada.

            Apaga eso, anda.

            Qué dices, tía. Yo quiero ver qué película se lleva el premio.

            Pues a mí me importa bien poco…

            África me mandó callar y se concentró en las palabras de Marta, que justo comenzaba su discurso.

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            Ante todo, agradecerle a la productora la confianza depositada en nuestro equipo directivo Una gran de oleada sacudió el teatro en el que se estaban celebrando la entrega de premios. Llegué a las pantallas siendo una "don nadie" créanme. Allí estaba yo, viendo a todos esos actores y actrices tan famosos y que tantas veces había visto por la tele. He de admitir que les miraba anonadada, sin saber muy bien qué decir. De repente, se me acercó Richard Muitoni, mi director, y poniéndome la mano en el hombro me dijo "no te preocupes, ahora tú eres igual o mejor que ellos". Richard confió en mí, me dio un papel que ni en mis sueños habría imaginado representar. Poco a poco, y por supuesto, con la ayuda de todo el equipo, fui creciendo y madurando frente a la pantalla. Ahora, quiero agradeceros a todos, la ayuda y los buenos momentos que me habéis hecho pasar. Un millón de gracias la despidieron entre aplausos.

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            Será estúpida… Comenté por lo bajo.

            Pues he de decir que su discurso me ha gustado mucho Le eché una mirada fulminante. ¿Qué?

            Nada Desesperé, no podía evitar que a mis amigos les cayera bien.

            No entiendo por qué dices que Marta solo quiere el dinero de tu padre, si ahora ella debe estar ganando un pastón…

            Mi padre conoce a ese tal Richard, seguro que él fue el que le convenció para que le dieran el papel…

            A lo mejor te equivocas. Es muy buena actriz, no creo que…

            ¡Pero bueno! la corté ¿A qué viene esto?

            No sé Ana, es solo que a mí no me parece una mal tía…

            Mira, me da igual lo que pienses de ella. Esa mujer no me gusta y ya está Se me escapó un bostezo Es tarde así que me voy a ir ya…

            ¡Pero no te enfades, Ana!

            ¡No me enfado! exclamé cortante mientras cogía mi mochila y salía por la puerta. ¡Claro que me enfadaba!

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            Mi casa estaba a un cuarto de hora de la de África, así que no tardé mucho en llegar.

            Hola señorita Ana Me saludó uno de los gorilas de mi padre que, como siempre, vigilaba los alrededores de la casa.

            Hola hablé sin mirarle a la cara. Estaba enfadada con mi padre y con todo lo que tenía que ver con él.

            Su padre llegará en unos minutos. Hace una hora que cogió el avión.

            ¿Y a mí qué me importa?

            Solo le avisaba El gorila miró al frente sin expresión.

            ¡Pues a mí como si no viene nunca. Ojalá se vaya a vivir bien lejos y me deje tranquila! grité mientras me marchaba.

            Parece que alguien no ha tenido un buen día… habló por lo bajo Artur, el guardaspaldas. No me molesté en contestarle, tenía razón, había tenido un mal día y él no tenía culpa de nada.

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            Entré dando un portazo en casa y miré a mi alrededor. Todo estaba en silencio, como siempre, así que me dirigí al salón, seguro que estaba Tina allí viendo algún documental. No me equivocaba.

            ¡Hola! exclamé indignada por la indiferencia de Tina.

            Hola señorita Ana, ¿le preparo la cena?

            Arrugué la cara. Era alucinante, ni una pregunta del tipo ¿Dónde has estado o me preocupé al ver que no llegaba a la hora de siempre, era increíble. A pesar de mi cabreo, decidí tranquilizarme. Debía hacerlo si no quería morir de un infarto.

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            Tina se marchó a hacer la cena y, entonces, recordé uno de los motivos del enfado de la mañana: la desaparición de mi ropa. No lo pensé mucho, fui a la cocina y le pregunté a Tina, era la única forma de saber dónde estaba.

            Tina, ¿sabe por casualidad qué ha pasado con mi ropa?

            Su padre la ha cogido.

            ¿Cómo? ¿Por qué iba a hacer eso?

            Dice que hasta que no cambie su comportamiento no se la da.

            Pe… Pero… Noté cómo la sangre de todo mi cuerpo comenzaba a arder.

            La ha bajado al sótano.

            ¡Este hombre se ha vuelto loco! ¡Joder! Grité histérica, haciendo retumbar las paredes.

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            Maldito, maldito, maldito… Comenzaron a salir todo tipo de insultos por mi boca.

            Mi padre sabía lo difícil que me resultaba bajar al sótano. Allí estaban todos las pertenencias de mi madre; desde su ropa, sus libros favoritos y sus zapatos, hasta los muebles de su habitación o la cama en la que ella y mi padre habían dormido 10 años juntos.

            Sabía que lo había hecho aposta, mi padre había guardado ahí la ropa porque tenía claro que no me iba a atrever a bajar. Sin embargo, estaba equivocado, claro que podía bajar. Miré las escaleras y tragué saliva. Me reuní de valor y comencé a bajarlas.

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            Mi corazón iba a salir disparado. Aquel lugar me traía tantos recuerdos…

            Por fin llegué a su puerta. Respiré unas cuantas veces antes de abrirla y, más calmada, giré el pomo. No os puedo decir lo que sentí al ver todas sus cosas allí. Era una mezcla de sentimientos que, juntos, creaban una gran bola de angustia y dolor. Echaba tanto de menos a mi madre…

            Era increíble, la habitación aún olía a ella, a ese perfume que tanto le gustaba. Los muebles estaban llenos de polvo y había libros viejos por el suelo, pero se conservaban en buen estado. Parecía todo muerto, como si al ser abandonados por mi madre, hubiesen decidido dejar de existir.

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            Me senté en su tocador y… Me vi reflejada en el espejo. Lo primero que pensé fue ¡Eh! Tú no eres Diana. Dile que vuelva con su tierna sonrisa a iluminar esta habitación. Después caí en la cuenta de que aquel espejo nunca más volvería a reflejar su rostro.

            Vaya… Murmuré con la mirada fija en el espejo. Llevo siete años sin pensar en ella…

            Con su muerte, la había dejado olvidada en un rincón de mi cabeza. Me dolía tantísimo recordarla que siempre evitaba hacerlo…

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            ¿Qué te parece? ¿Te gusta? Dijo mi madre mientras se acicalaba el pelo.

            Estás preciosa, mamá Contesté admirando su belleza. Pareces una princesa…

            Tú sí que eres una princesa Se dio la vuelta y me sonrió. Después me abrazó, un abrazo imposible de olvidar.

            En ese momento pareció que la habitación se llenaba de colores más fuerte y que los olores se introducían en mis venas, meciéndome de un lado a otro. Me acerqué a su cabello e inspiré Olisqueé a los cuatro vientos, como si ella siguiera allí conmigo Era imposible olvidar ese olor a cerezas.

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            Te echo tanto de menos… sentí cómo los ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. ¿Por qué tuviste que dejarme? No te das cuenta que te necesitaba más que nadie…

            Odiaba despertar después de haber sido capaz de introducirme de lleno en un recuerdo, odiaba que ella ya no estuviera a mi lado…

            ¡Joder! Exclamé dando un golpe en la mesa.

            ¡Señorita Ana! Tina me llamó desde la planta de arriba ¿Necesita ayuda para subir las cosas?

            No… No… Ahora subo Contesté secándome las lágrimas y volviendo a la realidad.

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            Al salir de la habitación, otro recuerdo me vino a la mente. Saltaba en la cama emocionada y, allí, a mi lado, estaba mi padre. Era el día de Navidad. Yo había ido a despertarles a su habitación y había comenzado a saltar como una loca en su cama. Recuerdo que mi padre vino por detrás y me cogió en volandas, dándome vueltas por toda la habitación. Me encantaba aquel juego. Sentía que volaba.

            Te quiero, pequeña Me susurró al oído.

            ¿Por qué habían cambiado tanto las cosas? Ya no era el mismo…

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            Busqué mi ropa por toda la habitación y al final di con ella. Mi padre la había metido en un baul, debajo de la cama. Lo más sensato era dejar la ropa ahí, pues si mi padre se enteraba de que la había encontrado, seguro que la quemaba. Era capaz…

            Aquel lugar me ponía los pelos de punta, así que subí de inmediato a la cocina. He de admitir que los últimos cuatro escalones los subí corriendo…

            Cómaselo todo. A su padre no le gusta ver sobras en el plato Comentó Tina señalando mi comida.

            En vez de utilizar intermediarios que venga él y me lo diga Añadí cogiendo un trozo de pan.

            Tina no dijo nada. Tenía mucha paciencia. No entendía cómo no me mandaba a tomar por saco. Sé que era desagradable con ella, cuando no tenía culpa de nada, pero no podía evitarlo. Tenía la sensación de que odiaba a todo el mundo y que cualquier cosita me sacaba de quicio, era como una vieja refunfuñona, qué horror.

            Lo siento… Solté de repente. Ella asintió, me conocía, sabía que a veces era insoportable.

            La puerta de la entrada se abrió. Había llegado mi padre.

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            Vaya… Huele que alimenta comentó mi padre entrando en la cocina.

            Al verle, Tina se levantó de inmediato. No le gustaba que le viera comiendo conmigo.

            ¿Quiere que le sirva su plato, señor?

            Sí, por favor. Vengo hambriento. La comida de los aviones deja mucho que desear…

            Yo ya he terminado Comenté levantándome.

            Ese plato aún no está vacío Me corrigió mi padre, señalándolo.

            No tengo más hambre.

            Ana, siéntate ahora mismo.

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            He dicho que no tengo más hambre.

            No me quiero enfadar…

            Pues no te enfades le contesté con chulería.

            ¡Ana! ¡No me hables así! Siéntate y termínate el plato.

            Que no tengo hambre volví a repetir con tono pesado.

            Soltó un gran bufido y miró a Tina con desesperación. Sabía que cuando me ponía así, no había vuelta atrás. Yo, sin mediar palabra, me di la vuelta y subí a mi habitación.

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            Al entrar en mi habitación, miré mi cama y no lo dudé, me tiré en plancha encima como si fuera un triste pelele de trapo. Me tapé la boca con un cojín y solté un gran chillido. Aquella era una fórmula estupenda para desahogarse.

            Hacía mucho que no me sentía así. Siempre que me cabreaba, subía a mi cuarto, me ponía la música a tope y comenzaba a saltar en la cama a modo antiestrés, pero vaya… Aquella noche era distinta, me sentía mal… Estaba triste, no sólo era enfado, también era tristeza. El haber bajado a la habitación de mi madre, no me había hecho ningún bien…

            Sentía como si todo me diese igual, como si nada me atara a esa ciudad, como si me importase una mierda desaparecer…

            Entre pensamientos amargos, acabé cerrando los ojos.

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            Editado por CasieFiccion

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              Omg!! No puedo creer que tu historia este aqui *-* mm.. pues yo leia tu historia de Ana no mires atras en la pagina oficial de los sims 2 cuando aun existia .__. recuerdo que me encantaba MUCHISISSIMO amir♥!! aun recuerdo algunas partes de la historia :3 como cuando ana consigue trabajo en una tienda de ropa y a su profesor 8- ) jaja mejor ni la cuento :B que sinceramente me acuerdo perfectamente de todo lo que pasaba y ademas amaba las imagenes:3 aww que bueno que hayas subido tu historia aqui tienes una persona que le es fiel y siempre la leera :)! Atentamente: Stephanie Soria

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                Me encanta, me encanta!

                Y el chico debería cortar con la pelandrusca esa :lol: Ana es mucho más que Maica.

                Pobrecita, me ha dado pena cuando Ana estaba en el sótano. Tiene que ser muy duro :(

                Sube capiii.

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                  Oh!!! Muchísima gracias Stephanie! Qué ilusión me ha hecho saber que leías la historia cuando estaba en la página de los sims y más aún que te gustara! La verdad es que fue una pena que la cerraran, yo estaba enganchadísima a un montón de historias de allí... Estaba todo el día metida jajajaja Muchas gracias, en serio

                  Y Amanda jajajaja yo también odio a Maica, a muerte... Pero tranquila, tendrá su merecido... Muchas gracias por seguir la historia y por tus palabras! :D

                  Continúo!

                  A la mañana siguiente…

                  Cuando iba hacia el instituto alguien me llamó por detrás. Reconocí al instante la voz de África, pero no me molesté en darme la vuelta, ni siquiera me detuve, estaba enfadada por lo de la noche anterior. A mis amigos les podía caer bien Marta, pero ¿por qué no paraban de repetirmelo? Era inaguantable.

                  —Venga Ana, ¿no me digas que sigues enfadada? —me alcanzó y me hizo parar.

                  —No, lo de ayer fue una gilipollez —comenté sin mirarla a la cara—. Es sólo que estoy teniendo una semana malísima y no me apetece tener a mi mejor amiga dándome el coñazo todo el rato.

                  África me miró cortada. A veces era un poco brusca con mis comentarios, pero lo hacía sin querer.

                  —Ana… Yo no te estoy dando el coñazo…

                  —Para mí que no pares de hablar de la imbécil de Marta es darme el coñazo —Añadí dándome media vuelta.

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                  —¡Sólo te dije que no me parecía una mala tía! —Protestó a mi espalda.

                  Yo hice oídos sordos, no me apetecía discutir, estaba cansada de tener ese malestar contínuo en mi cuerpo.

                  Al doblar la esquina me encontré con Miguel, que andaba feliz con las manos metidas en los bolsillos. ¿Cómo conseguía estar todo el día de buen humor?

                  —¡Hola Ana!

                  Preferí no contestarle, el pobre no me había hecho nada, pero sabía que si habría la boca le iba a ladrar, y no quería…

                  —¡Ana!

                  —Ahora no —Contesté cruzando el paso de cebra que me llevaba al instituto.

                  —¿Pero qué te pasa?

                  Miró a África y se encogió de hombros sin entender mi comportamiento estúpido.

                  —¿Qué le pasa a ésta? —Le preguntó cuando me hube alejado un poco.

                  —¡Y yo qué sé! —Saltó África con mal genio.

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                  A primera hora teníamos matemáticas. El director, Jorge, nos daba clases, y aunque era un hombre bastante agradable, a veces daba miedo, tenía un genio…

                  —Bueno, ayer… —repasó su libro con la mirada —Os mandé el ejercicio ocho, ¿no?

                  Alcé la vista y le vi cogiendo la lista de clase, preparándose para poner negativos. Cómo le gustaba aquello…

                  Después volví a mi tarea, estaba decorando mi agenda con corazoncitos y nubes de colores. En una esquina había una “A” con un corazón rojo. Sí, lo sé, tenía dieciseis años, ya era hora de crecer, pero escribir tonterías del tipo “Ana corazón Amir” me ayudaba a desahogarme…

                  —A ver… —El profesor empezó a revisar su lista—. ¿Ana Martínez? —¡Mierda!

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                  —Esto… —Levanté la vista y comencé a pensar en una excusa buena—. Yo…

                  —Qué mala suerte, ¿eh? Justo nombra a la que no lo tiene hecho —Saltó Víctor por lo bajo.

                  —Tú cállate.

                  —¿O qué?

                  No le contesté, no porque no tuviera nada que decirle, sino porque sabía que estaba deseando que lo hiciera, y no quería darle ese gusto.

                  —No te alteres tanto, anda —me picó con una sonrisa de oreja a oreja —Las señoritas no se ponen así. Bueno, qué tontería, ¿tú una señorita?

                  El resto de la clase rió, y yo le odié con todas mis fuerzas.

                  —Cálmate, como sigas reprimiendo tanto odio vas a explotar —le siguió su compañero.

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                  —Estoy muy tranquilita —hablé entre dientes.

                  —Basta ya —nos mandó callar el profesor, mientras me ponía un bonito negativo.

                  —Es Anita.

                  —No me llames así.

                  —A…ni…ta —Volvió a repetir con esa cara de imbécil tan característica y alargando las vocales.

                  —Gi…li…po…llas… —Le imité sintiendo unas increíbles ganas de meterle el lápiz en el ojo.

                  —¡Ana! ¡¿Qué vocabulario es ése?! —saltó el profesor con mala cara—. ¡Vete ahora mismo al pasillo! Que te dé un poco el aire, venga —me señaló la puerta.

                  —¡Pero si no he hecho nada! —Protesté levantándome. Qué injusto era el mundo…

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                  Salí al pasillo y me senté en el banco, harta de todo y todos. Me cansaba estar todo el rato de mala leche, se me iba a llenar el pelo de canas y me iban a salir arrugas por todo el cuerpo. No era normal que a mi edad tuviera tantos disgustos. Sé que a veces era exagerada, pero no aguantaba más.

                  Nunca se me habría ocurrido contestar a mi padre, pero estos últimos días me era imposible contenerme, me había cansado de él y de su estúpida novia. En cuanto a África… Lo sé, me había pasado mucho, era su opinión y la tenía que respetar, al fin y al cabo solo er…

                  —Hola Ana —una voz masculina me interrumpió.

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                  Levanté la mirada y vi frente a mí a Lolo, el nuevo profesor de literatura.

                  —Hola —contesté sin expresión.

                  —¿Qué haces aquí?

                  —Me han echado de clase —hablé sin mirarle a la cara y aún con el cabreo encima.

                  —¿Y eso por qué?

                  —Por nada.

                  —Hombre, por algo habrá sido, ¿no?

                  —Simplemente le he dicho a Víctor que era… Gilipollas… No es ninguna novedad.

                  —Entonces normal que te hayan echado, Ana —Le eché una mirada fulminante—. Lo podías pensar, ¿pero decirlo?

                  —Bah, siempre solucionan así los problemas en este instituto. ¿No se les ocurre nada mejor que mandar al pasillo “a pensar”?

                  —Ana, ¿ha pasado algo?

                  —Ya te he dicho lo que ha…

                  —No —Me cortó—. No creo que estés así de enfadada sólo por esto, ¿me equivoco? —me dedicó una sonrisa cómplice.

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                  No sé si fue su voz, que era el momento adecuado o que simplemente necesitaba desahogarme con alguien, pero acabé contándole todos mis problemas. Lolo escuchaba atento, asintiendo de vez en cuando y dándome en ciertos momentos su punto de vista. Cuando le dije lo de mi madre, se acercó un poco más a mí y posó su mano sobre mi hombro. He de decir que aquello me hizo romper a llorar. Hacía mucho tiempo que no le hablaba a alguien con tanta sinceridad… Por un momento me olvidé de dónde y junto a quién estaba, volé a un mundo paralelo.

                  Cuando acabé de contarle mis problemas, me sequé avergonzada las lágrimas e intenté serenarme. Estaba allí, en un banco incomodísimo, contándole mis penas a alguien que apenas conocía, a mi… Profesor.

                  —Lo… Lo siento —Me sequé la última lágrima—. No sé qué me ha pasado…

                  —¿Por qué ibas a sentirlo? Es lo mejor que podías haber hecho.

                  —No lo creo.

                  —¿Sabes lo que dicen, no? No hay mejor forma de desahogarse que llorar…

                  —Eso dicen.

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                  Me levanté sin mirarle y me dirigí al baño.

                  —Espera Ana —Me paró—. Sabes que si quieres hablar, puedes contar conmigo, ¿no? Además de ser tu profesor, soy una persona en la que puedes confiar.

                  —Sí… Sé.

                  Nos quedamos un momento en silencio y entonces un halo de cordura me rodeó.

                  —De todas formas… —comenté restando importancia a lo que acababa de pasar—. No suelo ir por ahí contándole mi vida a la gente, ¿sabes? Ha sido algo momentáneo. No volverá a pasar, tienes mi palabra.

                  Él asintió con una gran sonrisa, una sonrisa que me tranquilizó.

                  —Gracias Lolo —y sin saber por qué, una extreña sensación me invadió, me abalancé sobre él y le abracé. No sé por qué pero lo necesitaba.

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                  Lo sé, ¿en qué estaba pensando? No lo tendría que haber hecho, era mi profesor, no un amigo al que poder contarle las penas o llorar sobre su hombro. Sin embargo, me había ayudado tanto el haberle contado mis problemas… Solo su presencia me transmitía una tranquilidad que no era capaz de explicar, me sentía cómoda con él y hacía que los problemas parecieran más pequeños a su lado. Menuda estupidez, ¿verdad? Me estaba volviendo loca.

                  —Lo siento… —Me separé enseguida de él.

                  Lolo rió. Tenía una sonrisa tan sincera…

                  —Es mejor que entres en clase —Habló señalándome la puerta de mi clase.

                  —S… Sí —Asentí mientras me marchaba con dos coloretes rojos en las mejillas.

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                  A la salida del instituto…

                  El día había pasado lento y aburrido, como de costumbre. No había salido al recreo así que no había visto ni a África ni a Miguel. Debía hablar con ellos, me había pasado bastante.

                  Cuando estaba esperando en la parada de autobús, aparecieron Víctor y Raúl, los chicos más imbéciles de mi clase, y los causantes de mi enfado de la mañana.

                  —¿Qué Anita, ya estás más relajada? —Habló Víctor acercándose a mí.

                  Yo no le contesté. Seguí leyendo mi libro como si no hubiese nadie más allí.

                  —Mira la gafotas cómo pasa de ti, ¿eh? —Comentó Raúl con desprecio.

                  —Estoy intentando enterarme de lo que leo, así que si no os importa… —ni siquiera les miré, seguí con la mirada pegada en mi libro.

                  —Esta chica qué maleducada es, ¿eh? —Víctor se acercó un poco más a mí y me tiró el libro al suelo.

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                  —¡Anda, mira a quiénes tenemos aquí! —alguien intervino a mi derecha. Miré y… Como si estuviese dentro de una fantasía, iluminado por un rayo de luz multicolor, advertí a Amir que, con una sonrisa de oreja a oreja, se acercó a nosotros.

                  —Creo que se te ha caído algo… —Le comentó Amir a Víctor señalando mi libro.

                  —Eso no es mío.

                  —Me da igual. Lo has tirado tú, ¿no? —Habló muy serio.

                  —Pero…

                  —No se tiran cosas al suelo.

                  Por increíble que parezca, Víctor se agachó y recogió mi libro. Después miró a Amir y éste me señaló, así que Víctor se acercó a mí y me lo dio.

                  —Creo que le debes una disculpa.

                  —No —Negó Víctor con energía.

                  —¿No? —Amir se acercó a él amenazante.

                  —Está bien, está bien… —Dio unos cuantos pasos hacia mí y habló sin expresión en la cara—. Lo siento.

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                  —Disculpas aceptadas —admití con orgullo.

                  —Y ahora tú —Le dijo a Raúl, que observaba la escena sin decir una palabra.

                  —Yo no le he dicho nada.

                  —¿Ah no? —habló acercándose a éste.

                  —Vale, vale, tranquilo Amir, no hace falta ponerse así.

                  —Venga —le exigió muy serio.

                  —Lo siento Ana.

                  Yo asentí de nuevo orgullosa de encontrarme en aquella situación, siendo defendida por un hombre como Amir. Todo aquello era como un sueño, yo era una princesa amenazada por dos estúpidos sin cerebro, y Amir mi príncipe, tan apuesto y distinguido, tan afable y gentil....

                  …¿Qué pasa? ¿Una no puede soñar?

                  Los dos imbéciles huyeron cual cobardes, y Amir se sentó a mi lado. Como era de esperar, yo empecé a temblar.

                  62b.jpg

                  —Vaya panda de niñatos —Se quejó mirándome con sus ojos grises.

                  —Gracias por… Por ponerles en su lugar —Hablé nerviosa.

                  —No es nada —miró mi libro—. ¿Qué lees, por cierto?

                  —Bueno, es un libro que me recomendó la profesora de francés… La verdad es que está interesante —Asentí con la mirada pegada en mis zapatillas.

                  —¿Está en francés?

                  —Sí, la literatura francesa me gusta bastante —Hablé levantando la mirada, se iba a pensar que tenía una atrofia si seguía con la mirada fija en el suelo.

                  —He de admitir que llevo bastante mal el francés. De hecho tengo que entregar mañana un trabajo y lo llevo bastante mal.

                  —Bueno… Yo podría ayudarte —hablé sin pensar, sorprendiéndome por mi atrevimiento.

                  —Eso sería genial —asintió con una gran sonrisa—. Mañana tengo que entregarlo, así que… ¿Hoy puedes quedar?

                  Sentí cómo el mundo se volvía de color rosa y mi corazón comenzaba a bombear sangre a toda velocidad. ¿Iba a tener una cita con Amir? Vale, sí, no era una cita oficial, pero… ¿Íbamos a estar juntos una tarde, codo con codo? ¡Era mi sueño!

                  62-1.jpg

                  —Si no puedes no hay ningún problema…

                  —¡No! —Exclamé sin querer—. Claro que puedo hoy, no tengo nada que hacer…

                  —Perfecto, pues…

                  Justo en ese momento, alguien nos interrumpió. Levanté la mirada y advertí a Maica, su novia, que venía con una falda cortísima, no sé qué necesidad tenía esa muchacha de ir enseñando siempre las piernas…

                  —Hola mi amor —Habló melosamente.

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                  Amir se levantó y le dio un beso… Yo me derretí. La asquerosa me miró como diciendo “¡Já! Puedo tener un beso de Amir cuando quiera” La tenía tanta envidia…

                  Comenzaron a hablar, pero yo me evadí y comencé a pensar en cómo sería mi vida si fuera novia de Amir. En mi sueño era más alta y más guapa, pero era MI sueño, así que podía permitírmelo.

                  —Ana —volví a la realidad al oír que Amir se dirigía a mí.

                  —¿S… Sí?

                  —¿Mi hermana sigue aún en el instituto?

                  —Ah, no lo sé… No la he visto en todo el día… —me vino a la cabeza la bronca con África y sentí un malestar interior.

                  Maica se volvió a lanzar a Amir y yo ya desisití. Ella era su novia, no yo.

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                  —Creo que me voy a ir andando… El autobús tarda demasiado.

                  No me apetecía tener que aguantar a Maica y a Amir besuqueándose por cada esquina.

                  —Está bien, cuídate Anita —me despidió Amir con una sonrisa deslumbrante—. Y… Por cierto, ¿a las siete en mi casa?

                  Mi corazón se agitó.

                  —S… Sí, perfecto —Asentí bajando la mirada y dándome la vuelta.

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                  —¿Cómo que a las siete en tu casa? ¿Habéis quedado? —Dijo bien seria Maica cuando me hube marchado.

                  —¿Estas celosa? —Amir se acercó a ella y la besó.

                  —¿Yo celosa? ¿De ese adefesio?

                  —No te pases —La paró Amir—. Ana es una niña. Además, ¿cómo puedes pensar que tengo algo con la mejor amiga de mi hermana? Tienen la misma edad.

                  —Créeme, no estoy celosa. Si por lo menos fuese guapa… ¿Y esa ropa que lleva?

                  —Maica… —la volvió a parar.

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                  “Ana es una niña. Además, ¿cómo puedes pensar que tengo algo con la mejor amiga de mi hermana?” Aquellas palabras retumbaron en mi cabeza con fuerza. Sí, vale, me había quedado allí espiándoles como una enferma, pero… ¿Una niña? ¿Un adefesio? Amir pensaba que era una niñita, estaba claro que nunca se iba a fijar en mí. Vale, no me podía comparar con Maica, pero… ¡¿Una niña?! Inconscientemente mi mano me golpeó en la cara, supongo que se había cansado de oírme decir sandeces.

                  —Bájate de las nubes, Ana —me regañé, mientras me marchaba a casa.

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                  Eran las seis de la tarde y, aunque había quedado con Amir a las siete, la emoción podía conmigo. No me solía arreglar nunca, pero esta vez era distinto, la ocasión lo merecía y había decidido ponerme mi mejor conjunto.

                  Me miré al espejo y pensé en qué podía hacerme para verme más guapa. Sí, sé, hiciera lo que hiciera, no iba a cambiar mucho mi aspecto, pero un poco de colorete no me venía nada mal. A mi derecha divisé el neceser de Marta, iluminado por un rayo de luz imaginario. Lo abrí y mil pinturas, coloretes, pintalabios y sombras de todos los colores, aparecieron por arte de magia. He de admitir que no sabía de la existencia de tantos tipos de maquillaje, ahora entendía por qué Marta siempre se veía bien, iba más maquillada que una puerta.

                  Al final opté por un brillo con sabor a fresa y una sombra de ojos un pelín más oscura que mi piel. Tampoco había mucha diferencia con la Ana de antes…

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                    Jooo, yo quiero ver cómo de guapa se ha puesto. Eres mala, ¿cómo cortas ahí?

                    definitivamente, Maica me cae mal.

                    Y yo ya estoy dudando entre si Ana se quedará con el profesor, que han hecho muy buenas migas, o con Amir, que es un encanto.

                    En realidad, los dos son un encanto :P

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                      Jajajaja Amanda, como puedes ver Ana no cambia mucho... Pensé en que se arreglara un poco más, pero preferí dejarlo para otra ocasión...

                      Como siempre, muchas gracias por tu comentario!!

                      Antes de salir, decidí pasarme por el despacho de mi padre y despedirme. Hoy estaba de mejor humor, así que podía aguantar perfectamente sus tonterías.

                      —Hola chicos —le dije a los gorilas que, como dos estatuas, vigilaban que nadie entrase a molestarle.

                      —Su padre está muy ocupado.

                      —¿Y a mí qué? Soy su hija —hablé con genio.

                      Ellos no dijeron nada, sabían que cuando me ponía así lo mejor era pasar de mí. Me abrieron la puerta y me hicieron pasar.

                      —Gracias.

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                      —Hola —le saludé sin demasiada emoción.

                      —¿Qué ocurre, Ana? —preguntó después de unos segundos de silencio.

                      —He quedado en casa de África para hacer un trab…

                      —Vale —me cortó—. No vuelvas tarde.

                      Cuando estaba trabajando se le podía pedir cualquier cosa, era como un robot, tan solo asentía. Me di la vuelta y, cuando me disponía a abandonar su despacho, habló.

                      —Despídete de Marta y dile que enseguida bajo.

                      No le dije nada, tan sólo asentí. Era incríble, ¿no estaba tan ocupado?

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                      No me hacía ninguna gracia tener que despedirme de Marta, pero como “hija obediente” que era, bajé al salón a avisarla.

                      —Me marcho.

                      Marta apartó la mirada del libro que estaba leyendo, y me sonrió.

                      —Qué guapa te has puesto, ¿has quedado con un chico? —¿Y a ti que te importa?

                      —No, he quedado con una amiga —Mentí, no me apetecía que empezara a bombardearme con preguntas entrometidas—. Por cierto, mi padre me ha dicho que ahora baja.

                      —Estupendo, gracias por avisar, cariño.

                      ¿Cariño? ¿Es que esta tía lo hacía aposta? Parecía que me quería sacar de quicio. Me tragué mis ganas de gritarla, y me di media vuelta, si no iba a llegar tarde.

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                      Llegué a casa de Amir diez minutos antes, he de admitir que la última calle la subí corriendo como una histérica. Estaba de los nervios y necesitaba sacarlos de alguna forma. Fui rezando todo el camino para no encontrarme con África, prefería quedar con ella en otro momento y pedirle disculpas tranquilamente. Sin embargo, debe ser que en mi anterior vida fui una psicópata o una asesina a sueldo o algo de eso porque mis plegarias no fueron escuchadas, ¿quién me abrió la puerta? África, exacto. Me recibió con una sonrisa, pero cuando le dije que venía a ver a Amir, esa felicidad se esfumó y su cara se puso del color de las cerezas. Le pregunté que qué tal estaba, pero tan solo emitió un bufido a modo de “déjame en paz”. Era especialista en cagarla, qué le vamos a hacer.

                      72-1.jpg

                      —Vaya Anita, ¡qué puntualidad! —Exclamó Amir saliendo del baño—. Justo acabo de llegar del entrenamiento.

                      Mi boca inevitablemente se abrió, llevaba su uniforme del equipo y le quedaba tan bien… Dejaba al descubierto sus brazos, esos brazos tan bronceados y musculosos. África me miró con cara de pocos amigos. Nunca le había contado lo que sentía por su hermano, pero estaba claro que lo sabía. Era mi mejor amiga y me conocía y he de admitir que cuando su hermano me hablaba me volvía estúpida, así que no era muy difícil darse cuenta de lo mucho que me gustaba Amir.

                      —Bueno, ¿qué? ¿Vamos a mi habitación?

                      Mi cara se volvió de color rosa y empecé a sudar como un pollo. Le dediqué una pequeña sonrisa incómoda a África y seguí a Amir escaleras arriba.

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                      Cuando entramos en su habitación, Amir cerró la puerta, y yo sentí que moría. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora y mis piernas se convirtieron en gelatina. Tenía que disimular, para una vez que estaba con él, debía aparentar ser una chica interesante, seria y madura. Vamos, lo contrario a lo que era.

                      —Perdona el desastre. No me ha dado tiempo a ordenar la habitación… —Comentó risueño.

                      —Tendrías que ver la mía… Un montón de mierda y de repente… Una cama —Me sentí estúpida por lo que acababa de decir, pero Amir se rió, así que no me sentí tan tonta.

                      —A ver… Comencemos —Habló sacando su portátil y abriendo un documento—. He empezado a traducirlo pero hay algunas palabras que se me escapan.

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                      Me serené y comenzamos a traducir el texto. Me sorprendió su pronunciación, ya que era bastante buena, había exagerado un poco diciendo que no tenía ni idea de francés.

                      Era bastante patético, pero cuando Amir fijaba la vista en la pantalla del ordenador yo aprovechaba para mirarle… Pocas veces le tenía tan cerca, así que me permitía el lujo de estudiar discretamente cada parte de su cuerpo. Cuando se concentraba, se le formaba una pequeña arruga en la frente y sus cejas se ceñían con gracia. Nunca le había tocado, pero estaba convencida de que su piel era suave como el terciopelo. Su cabello, rubio con destellos dorados, era envidiable, le caía sobre la frente y rozaba sutilmente sus mejillas.

                      —Á coudre lleva acento en la “a”, ¿verdad?

                      —¿Em? —Volví a la realidad—. Sí, sí lo lleva.

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                      No tardamos mucho más en terminar el trabajo. Había que traducir dos hojas y una de ellas ya la había traducido él.

                      —Ya está —Concluyó encendiendo la impresora.

                      —Está perfecto —Admití con una sonrisa sincera.

                      Amir le dio a imprimir y después me miró con una sonrisa de oreja a oreja.

                      —Gracias por ayudarme.

                      —No ha sido nada. Pensé que sabías mucho menos francés, la verdad.

                      —¡Pero si no tengo ni idea! —Rió.

                      —Anda que no, la primera hoja la has traducido perfectamente.

                      —Tardé un día entero —Admitió sonriendo y levantándose a coger la hoja que había salido de la impresora.

                      —Bueno… —Al igual que Amir, me levanté—. Creo que debería irme ya.

                      —¿Quieres que te acerque a casa?

                      —No, no te preocupes, iré dando un paseo, hace buena noche.

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                      Cuando estaba saliendo por la puerta, oí de nuevo su dulce voz.

                      —Oye Ana…

                      Me di la vuelta y le miré expectante.

                      —¿Qué te parece si nos vamos a tomar algo? Te invito a lo que quieras, para agredecerte la ayuda de hoy.

                      —¿A mí? —Pregunté sorprendida y notando el ir y venir de mi corazón.

                      —Claro, ¿a quién si no? —Rió dejando a entrever sus perfectos dientes blancos.

                      —Pues… No sé… Es tarde…

                      Me moría de ganas de ir a tomar algo con él, pero algo me decía que no iba a poder aguantar más tiempo sin soltar una gilipollez. Ya había conseguido aguantar demasiado tiempo… Notaba que si me descuidaba iba a comenzar a soltar estupideces por doquier.

                      —¡Anda Ana! ¡Es prontísimo!

                      —Está bien —Asentí sin darle más vueltas.

                      —¡Perfecto! ¿Te parece si vamos al chiringuito de la playa de Berna? —Me sugirió mientras abría la puerta.

                      Asentí con energía. A mí como si me llevaba al basurero municipal, con tal de estar con él…

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                      Después de diez minutos en su coche, llegamos a la playa. De camino me había preguntado sobre mis notas y yo, con monosílabos, le había dejado bien claro que era estúpida.

                      Al parar el coche, Amir lo rodeó y me abrió caballerosamente la puerta. No pude evitar soltar una carcajada.

                      —¿Has visto? —Comentó arqueando una ceja—. Soy todo un caballero.

                      —Y tanto… —Me bajé soltando una pequeña risita.

                      —¿Vamos señorita?

                      —Vamos —Comenté más suelta. Me estaba empezando a acostumbrar a su presencia.

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                      Cuando llegamos al chiringuito, Amir saludó a la camarera con total confianza y ésta le dedicó una sonrisa de lo más coqueta. Ella era Sara, la mejor amiga de Maica, así que se conocían desde hacía bastante.

                      —¿Qué Sara? ¿Nos pones alguna copa?

                      —Creo que tu acompañante no tiene la mayoría de edad —Comentó mirándome despectivamente.

                      Amir me miró y yo sentí que me encogía y me volvía del tamaño de un granito de arena. La sensación desapareció cuando me dedicó una sonrisa cómplice. Me encantaba su sonrisa.

                      —¿Pues nos pones, entonces, dos combinados sin alcohol?

                      —Eso está hecho —Comentó la chica cogiendo dos botellas con maestría.

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                      Cuando terminó de servir las bebidas, nos indicó dónde nos podíamos sentar. Sin embargo, Amir le pidió subir a la terraza ya que, según él, había mejores vistas. Como el bar estaba vacío, la chica accedió.

                      —Vaya… —hablé maravillada al llegar a nuestra mesa—. Qué vista más bonita…

                      —¿Te gusta?

                      —Me encanta. Nunca había estado en este bar, pero es genial… —Bebí un sorbo de la copa—. ¿Aquello de allí es la costa del Mar?

                      Amir entrecerró los ojos, lo cual me pareció de lo más tierno, y asintió con una gran sonrisa.

                      —Maica y yo solíamos ir allí todos los viernes —Sentí una patada en el estómago—. Hay un restaurante en el que preparan el mejor marisco de la ciudad. Nos encantaba ir.

                      —¿Ya no vais? —Pregunté interesada. Todo lo que tuviera que ver con problemas de pareja me encantaba.

                      —Las cosas están un poco raras entre nosotros. Llevamos tres años y, para qué negarlo, ya no es lo mismo…

                      Me habría subido encima de la mesa y me habría puesto a taconear como una loca, pero debía mantener la compostura.

                      —Yo no me imagino pasar tanto tiempo con alguien… —Intenté seguir el tema para sonsacarle más—. ¿Por qué han cambiado las cosas?

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                      —A veces me planteo… —Bajó la mirada y guardó silencio un momento—. Que ya no la quiero…

                      En ese momento, el sonido del mar cesó, las palmeras dejaron de balancearse con el viento y mi corazón comenzó a latir bien rápido. Tan sólo sentía la mirada de Amir clavada en mí y el sonido de mi respiración, que aumentaba por momentos. Siempre había pensado que Maica y Amir, a pesar de las discusiones, estaban locos el uno por el otro. Pero me equivocaba, por lo menos no era eso lo que opinaba Amir. ¿Se había cansado de ella? ¿Ya no la quería?

                      En un segundo, se formó en mi cabeza una historia de lo más fantástica: Amir y yo visitando la Costa del mar, comiendo marisco, paseando por la playa…

                      —Ana, ¿estás bien? —La voz de Amir me hizo reaccionar.

                      —Yo… Yo pensé que os iba muy bien a ti y a Maica… Ha sido toda una sorpresa.

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                      —Hoy mismo hemos hablado de ello, justo cuando tú te has marchado de la parada de autobús.

                      —Ah, sí —Asentí con cara de pocos amigos al recordar las palabras de “niña” y de “adefesio”

                      —Ella dice que quiere seguir, pero yo cada vez me agobio más…

                      Cada palabra que soltaba me gustaba más. Estaba siendo la mejor noche de mi vida.

                      —¿Pero ella entonces sigue queriendo estar contigo?

                      —Sí, y yo no quiero hacerle daño… —Admitió bien serio.

                      —A veces es necesario pasar por ese mal trago para no alargar más el dolor —hablé segura.

                      —Es difícil.

                      —A medida que vaya pasando el tiempo, más difícil será.

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                      Guardó silencio y después me dedicó una sonrisa de las suyas.

                      —Tienes toda la razón, debería hablar con ella. Aunque… —Bajó la mirada de nuevo—. no sé cómo se lo tomará… Siempre que discutimos se pone fatal.

                      —Es necesario, si no vas a ser tú el que vas a sufrir. Es normal que se ponga mal, le gustas mucho, pero… Tiempo, el tiempo lo cura todo.

                      Amir asintió bien serio. No entendía cómo le estaba dando todos esos consejos. A pesar de estar flotando dentro de una burbuja de color rosa, estaba soltando frases bastante coherentes.

                      —Me sorprendes Anita —Dijo cambiando esa cara seria por una cómplice.

                      —¿Eso es bueno?

                      —Buenísimo.

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                      Inevitablemente me sonrojé. Cada vez que Amir me decía algo bueno, mis coloretes se encendían y comenzaban a parpadear.

                      —Gracias por tus consejos.

                      —No es nada… —Contesté bajando la mirada.

                      Entonces, sin verlo venir, noté cómo su mano se posaba sobre la mía y me acariciaba con delicadeza. Levanté la mirada sorprendida y me topé con unos ojos grises clavados en mi rostro.

                      —Me encanta hablar contigo —Comentó en un susurro.

                      84-1.jpg

                      Las manos me empezaron a sudar y mi corazón se volvió loco. Nuestras manos permanecían juntas, una sobre la otra, acariciándose…

                      —Debo irme ya —Me levanté con brusquedad sin saber por qué—. Mi padre está cabreado conmigo y como no vuelva a casa pronto… Ya sabes cómo son los padres. Te dicen una cosa, les… Les desobedeces, y olvídate de salir de casa o… Desaparece la paga, mismamente —Reí sin sentido—. No me apetece tener bronca con él, siempre tan autoritario y tan…

                      —Ana, Ana, Ana —Me paró al ver que me ponía a desvariar—. ¿Qué ocurre? Estábamos hablando tranquilamente y ahora…

                      —No, perdona, es que he de irme.

                      En un segundo me había cargado la noche. Odiaba cuando me daban esos “infartos cerebrales”, me solía pasar cuando me ponía nerviosa, sin quererlo comenzaban a salir por mi boca sandeces de todo tipo.

                      —¿Te ha molestado algo de lo que he dicho? ¿Por qué te vas así de repente?

                      85-1.jpg

                      —No, no pasa nada —Miré a otro lado sin saber muy bien qué decir.

                      —Ana… —Su voz se volvió dulce y tierna—. Si te he dicho lo de que me gusta hablar contigo es porque, bueno, lo siento. No tienes por qué sentirte incómoda.

                      —No, no ha sido eso.

                      —¿Entonces qué? Ha sido justo cuando te he cogido la mano, me has mirado y… —Abrió los ojos sorprendido —¿Ha sido eso? ¿Ha sido lo de la mano?

                      No contesté, tan solo bajé la mirada, me daba vergüenza admitir que había sido eso lo que me había puesto nerviosa.

                      —Perdona, no quería…

                      —No… Simplemente no me lo esperaba, no tienes por qué disculparte —Sonreí algo incómoda—. A veces parezco retrasada, no tengo solución.

                      Soltó una carcajada y yo me quedé sin saber qué decir. ¿Se estaba riendo de mí?

                      —Es imposible aburrirse contigo, siempre me sorprendes con algo nuevo.

                      86-1.jpg

                      Aquello me sentó bien. Al fin y al cabo estaba diciendo que era una chica divertida y ¿qué mejor que Amir se lo pasara bien conmigo?

                      —Anda, espera por lo menos a que nos terminemos los combinados —Me acercó la copa con una gran sonrisa.

                      Yo reí. Pues claro que me iba a quedar, era tonta si desperdiciaba aquella oportunidad. Debía dejar a un lado las inseguridades y ser yo misma. La Ana de siempre, aunque un poco más correcta y sosegada, claro.

                      Estuvimos una hora hablando de todo tipo de cosas; desde las mejores películas de los últimos años, pasando por recetas de cocina hechas solo con arroz, hasta anécdotas de cuando éramos pequeños. Poco a poco notaba que cogía más confianza con él y, por supuesto, que cada vez me gustaba más. Lo tenía todo, era amable, sincero, guapo, cariñoso, simpático, divertido… El hombre perfecto.

                      Al pasar una hora y media me llevó a mi casa y, como todo un caballero, me volvió a abrir la puerta del coche. Me volví a sentir dentro de una película, solo que esta vez la película llegaba a su fin…

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                      Al entrar en mi casa, en vez de ir a mi habitación, decidí quedarme un ratito en el jardín. Estaba histérica, no podía meterme en ese estado en la cama. Además, hacía una noche estupenda y había que aprovecharla. Me senté en el césped y suspiré. Había tenido la mejor noche de mi vida, en un lugar de ensueño con el chico perfecto, ¿qué más podía pedir? Aquello no podía ser verdad, debía estar soñando… Me pellizqué con fuerza y entonces lo supe: No era un sueño, lo había vivido de verdad.

                      Arranqué una flor y, como una adolescente de doce años, comencé a arrancarle los pétalos.

                      —Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…

                      88-1.jpg

                      A la mañana siguiente…

                      Menudo día. Había tenido a primera hora un examen de matemáticas y el profesor se había pasado muchísimo con las malditas preguntas de álgebra, después historia y no me había enterado absolutamente de nada (había decorado toda una hoja de mi agenda con millones y millones de A corazón A). Por fin había sonado el timbre y ahora tocaba “disfrutar” del recreo.

                      —¿Qué Ana? ¿Tus únicos amigos ya se han cansado de ti? —Dijo la estúpida de Miranda cuando me vio andando sin Afri y sin Miguel.

                      No se equivocaba en absoluto. Sin embargo, pasé de largo y me senté en un banco a leer. Era patético, todo el mundo riendo, charlando y divirtiéndose, y yo ahí más sola que la una…

                      89-1.jpg

                      —Esa autora es una de mis favoritas —Comentó Lolo acercándose a mí y señalando la portada de mi libro—. Dicen que cuando publicó su tercer libro quemó el despacho de su antigua editorial. Increíble, ¿verdad?

                      —Siempre me ha gustado su mala leche —Comenté cerrando el libro y dedicándole una sonrisa a Lolo.

                      —¿Te importa que me siente? —Preguntó cuando se hubo sentado.

                      —Ya te has sentado —Reí encogiéndome de hombros.

                      —¿Qué tal estás? —Preguntó amablemente, lo cual me hizo sonreír.

                      —Mejor.

                      —Me alegra oír eso. Oye y ¿qué haces aquí sola? ¿y tus amigos?

                      —¿Qué amigos? —Volví a abrir el libro y comencé a leer, no me apetecía hablar de ellos.

                      —Ayer me hablaste de… ¿África? Y, ¿cómo se llamaba el chico? ¿Miguel?

                      Yo asentí.

                      90-1.jpg

                      —Me dijiste que siempre estabas con ellos, me sorprende verte aquí tan sola.

                      —Bueno, últimamente las cosas no están muy bien entre nosotros…

                      —¿Qué ha pasado?

                      —Tonterías.

                      —¿No quieres hablar de ello?

                      Yo cerré el libro y le miré muy seria.

                      —Lolo… Creo que ayer ya me pasé bastante hablando de mis cosas. No quiero que pienses… —Hablé con sinceridad—. Que soy una tía depresiva o… Antisocial… O yo qué sé, la típica víctima. Estoy bien, de verdad.

                      Él me dedicó una sonrisa amable.

                      —¿No te lo tomas a mal, entonces? —Pregunté desconfiada.

                      —No, claro que no, te entiendo perfectamente. Si no quieres hablar de ello, lo respeto.

                      Le sonreí. Lolo era un profesor genial.

                      91-1.jpg

                      —Por cierto… ¿puedo preguntarte algo? —Pregunté con curiosidad.

                      —Sí, claro.

                      —¿Cuántos años llevas dando clase? Eres demasiado… Joven. No tienes mucha pinta de… Bueno, de Profesor.

                      Él rió. La verdad es que era un comentario de lo más estúpido.

                      —Es mi primer año. En un principio iba a ir al instituto Cela pero con la ayuda de algunos amigos he conseguido esta plaza de sustituto.

                      —Así que enchufado, ¿eh? —Comenté con media sonrisa.

                      —No se lo digas a nadie —vaciló bajando la voz.

                      Estuvimos todo el recreo charlando. Me habló de la carrera de filología, de lo mucho que le gustaba y de las distintas salidas que tenía. Yo le dije que no sabía muy bien qué estudiar, había tantísimas cosas que me gustaban... Pero debía decidirme cuanto antes, al fin y al cabo estaba en mi penúltimo año de instituto, debía empezar a plantearme qué hacer con mi vida.

                      Lolo sabía de todo, no llegaba a los veinticinco años pero parecía haber estado viviendo en el mundo mucho más tiempo… Además era divertidísimo, no había quién se aburriera con él.

                      92-1.jpg

                      Antes de que sonara el timbre, decidí meterme en clase, luego era un agobio la de gente que había por los pasillos. Cuando iba de camino a clase de arte, me topé con África y con Miguel. Sin quererlo, mi corazón empezó a palpitar.

                      —Hola chicos—Les saludé con timidez.

                      —Ah, hola Ana —Dijo Afri sin expresión.

                      —¿Puedes venir un momento? Quería hablar contigo…

                      Asintió muy seria y se acercó a mí.

                      —Siento lo del otro día… Y también lo de ayer. Me puse muy estúpida, lo admito. Sé que debo aceptar lo de Marta, pero tienes que entender que me pone muy nerviosa estar oyendo constantemente lo genial que es… Es una tía que no aguanto, y lo sabéis…

                      Afri no contestó. Y yo me temí lo peor… Sin embargo, dio unos cuantos pasos hacia mí y me abrazó. Estuve apunto de echarme a llorar de la emoción.

                      —¿Entonces me perdonas?

                      93-1.jpg

                      —Pues claro que te perdono —Se separó de mí y me dedicó una sonrisa—. A veces parece que no me doy cuenta de lo mucho que te molesta oír hablar de Marta. A partir de ahora será tema tabú, a no ser que quieras contarnos algún cotilleo de ella… —Rió—. Ya sabes, así puedo sacar un poco de dinero vendiéndole la exclusiva a algún programa de televisión…

                      —¡Imbécil! —Reí dándole un pequeño empujón. ¡Cuánto la quería!

                      Después hablé con Miguel y también le pedí perdón por mi bordería del día anterior. El hecho de tener a mis dos mejores amigos de vuelta, me hizo quitarme un gran peso de encima y, lo más importante, animarme.

                      De camino a clase, Afri me preguntó por su hermano y le conté la noche tan estupenda que habíamos pasado. Sabía que África tenía miedo de que lo pasara mal por su hermano, pero le alegraba verme así de contenta. Se le notaba.

                      94-1.jpg

                      Al dar las dos y cuarto, sonó el timbre indicando el final de las clases. Justo cuando iba a meter los libros en la taquilla, Amir me llamó por detrás. No esperaba encontrarle, los miércoles no tenía el curso de informática…

                      —Anda, ¿qué haces aquí? —Pregunté con curiosidad y con una sonrisa de oreja a oreja. Iba tan guapo con su traje del equipo…

                      —El entrenador, que mañana tenemos partido y quería vernos. ¿Qué tal el día, Anita?

                      —Pues cansado, la verdad. Hemos tenido un examen y me ha salido horrible —Exageré la última palabra.…

                      Él rió.

                      —Espera, te ayudo —Al ver que no podía con mis libros, me ayudó a meterlos en la taquilla.

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                      Editado por CasieFiccion

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                        Últimamente hay mas serie buenas aqui que en la tele :blink:

                        Me encanta! Siguee!

                        (por cierto, Maica me cae super-mal :angry: )

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                          Jajajaja cierto, Abru :lol:

                          En la vida real me llevaría muy bien con Ana, y Amir es tdo un cielo. Bien, bien, problemas con la tonta y acercamineto con la prota :P

                          El profe... Es que parece que le gusta Ana :S

                          Quiero más!!!!!

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                            Ooooooooooooh me encantaaa! Todos tus sims son tan guapos!! Hahaha... Y sí, Ana es super simpática, a mí también me cae bien!! :lol:

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                              Publicado (editado)


                              Oh!!! Muchísisisisimas gracias! Siento haber tardado tanto en actualizar, pero no he tenido mucho tiempo...

                              Continúo con la historia!

                              —Gracias —Comenté cerrando la taquilla.

                              —Ayer según llegué a casa llamé a Maica… —Soltó de repente.

                              —¿Y… Cómo fue?

                              —Intenté decírselo pero cada vez que empezaba a hablar, ella me interrumpía… Acabamos hablando de ti, así que fíjate cuánto se desvió el tema.

                              Sentí un escalofrío al oír aquello.

                              —¿De mí? Pero… ¿Por qué?

                              —Está paranoica. Se cree que tenemos algo, dice que no le parece bien que quedemos. Cree que… —rió con timidez—. Es que es una estupidez.

                              —Dime, dime —le pedí con curiosidad.

                              —Bueno, no confía en ti. Dice que… Cree que yo… Te gusto.

                              Mi corazón dio un vuelco. Intenté que no se notara en mi cara, pero la maldita me delató, pues sentí cómo los mofletes empezaban a arder y cómo el color rojo teñía mi rostro.

                              96-1.jpg

                              —Es una tontería —Comentó entre risas. Notaba que para él también era incómodo decir aquello.

                              —Y tanto… Eres el hermano de mi mejor amiga, nunca podría fijarme en ti —Exageré dándole un pequeño golpe en el brazo, acompañado de una carcajada falsa. Estúpida.

                              —Eso mismo le dije yo —Volvió a reír, esta vez un poco más suelto.

                              Yo le sonreí, pero por dentro odié esas palabras.

                              —A Maica cuando se pone así no hay que hacerle ni caso —Concluyó.

                              —¡Amir tío! ¡El entrenador te busca! —Nico, su mejor amigo, le llamó desde la puerta de la entrada—. ¡Vamos!

                              Me dedicó una sonrisa de despedida y se marchó con él. Yo me quedé allí, al lado de la taquilla, totalmente bloqueada por lo que acababa de oír. Si Maica le había comentado eso, era porque se notaba claramente que me gustaba Amir. Debía cortarme un poco, no podía dejar que él lo sospechara…

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                              Cuando estaba cruzando la calle del instituto, alguien a mi espalda, gritó mi nombre. Me di la vuelta desconcertada y advertí a África, que venía corriendo hacia mí.

                              —¿Qué pasa? —Comenté sin entender esa energía.

                              —Joder, joder, joder —Comenzó a repetir alocadamente.

                              —¿Qué, qué, qué?

                              —¡No sabes de lo que me acabo de enterar!

                              —¡Cuenta!

                              Por mi cabeza pasaron todo tipo de acontecimientos. Desde que le había tocado la lotería hasta que Amir lo había dejado con Maica y ésta había decidido mudarse a Nepal y ejercer el budismo.

                              —Me acaban de llamar de Brington, ¡me han admitido en el Club Deportivo de Natación!

                              —¡¿Qué?! —Exclamé emocionada—. ¡Enhorabuena!

                              98-1.jpg

                              —¡Gracias, gracias, gracias!

                              —Guau… Es genial…

                              —¡Lo sé! ¡Me marcho dentro de unos meses!

                              —Espera… —Mi sonrisa se esfumó—. ¿Cómo que te marchas dentro de unos meses…?

                              —Sí, bueno, Brington está a 500 km. de aquí…

                              Abri los ojos sin creerlo. ¿Se marchaba tan lejos?

                              —Pero eso significa que dejas el instituto y que…

                              —No, Ana, no hablemos de eso —Me interrumpió con energía.

                              —Pero…

                              —Te permito ponerte mal justo el día antes de que me marche, ¿vale? —Sonrió—. Venga, ¿unas coca colas para celebrarlo?

                              Yo la miré y negué con la cabeza.

                              —Afri… Ahora no me apetece demasiado… Estoy… Cansada —Comenté dándome la vuelta.

                              No podía evitarlo, pensar en que mi mejor amiga se iba a vivir tan lejos me producía un malestar interior increíble. No iba a soportar estar sin ella…

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                              Llegué a mi casa sin demasiada energía, no paraba de darle vueltas a lo de África. Habíamos estado tanto tiempo juntas que me resultaba imposible pensar que había llegado la hora de separarnos…

                              Al entrar en mi habitación, encendí el ordenador y, como cada día después de llegar de clase, revisé mi correo electrónico. Me sorprendió advertir un email del instituto, ya que normalmente lo hacían en forma de carta. Qué modernos se habían vuelto… Abrí el correo y comencé a leer intrigada…

                              —¿¿Qué?? —Exclamé alucinada al leer que todos los alumnos del Carhont debían vestir con uniforme. ¿Se habían vuelto locos? ¿Qué querían? ¿Convertirnos en estúpidas copias sin personalidad?

                              —¡¿63 euros?! —Volví a gritar al leer el precio. Pero, ¿qué pasa? ¿Es de oro?

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                              Bajé de inmediato al jardín, sabía que allí estaba mi padre. La mala leche invadía mi cuerpo, pero tenía que tranquilizarme. Al fin y al cabo le iba a pedir dinero para comprar el uniforme, así que debía hacerle la pelota. Era lo mejor.

                              —Hola papá —Comenté con una sonrisa forzada.

                              Marta me miró y me sonrió, pero mi padre ni se inmutó, siguió con la mirada pegada en el periódico.

                              —Nos acaban de mandar un correo los del instituto. ¿Te puedes creer que nos van a poner uniforme?

                              —Deberían haberlo hecho hace mucho.

                              No quise preguntarle por qué, no era momento para discutir.

                              —Tengo que comprármelo antes de la semana que viene, así que… Bueno, necesito dinero. Cuesta 63 euros y… Supongo que necesitaré un par de conjuntos así que…

                              Él no contestó.

                              —Si pudieras darme dinero para comprármelo… —Volví a repetir.

                              —Dijimos que nada de paga.

                              —¡Cuándo dijimos eso! —Sin quererlo levanté la voz.

                              —Cuando le faltaste el respeto a Marta.

                              No dije nada, no podía. Ni siquiera insistí. Lo único que me apetecía en ese momento era ponerme a gritar y soltar insultos a los cuatro vientos. Podía llegar a odiarle tanto…

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                              Decidí marcharme a dar una vuelta. Necesitaba quitarme el cabreo de encima y si seguía encerrada en esa casa, me iba a dar un infarto. Llegué hasta el centro comercial de la ciudad y entonces, sin quererlo, se coló con fuerza en mi cabeza una idea descabellada. ¿Si mi padre no me daba dinero, entonces por qué no lo conseguía por mi cuenta? Conocía a gente que estaba trabajando en el centro comercial y les iba genial, ¿por qué no probar suerte? Odiaba depender de mi padre, siempre que podía me restregaba por la cara que el que tenía el dinero era él y no yo, así que la solución estaba en conseguir un trabajo y ganar mi propio dinero.

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                              Centro comercial Noche A

                              Septiembre 2010

                              18:15 PM

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                              Muebles “Erica y Vecina”

                              —Lo siento, eres demasiado pequeña. Necesito gente que tenga la mayoría de edad, y por lo que veo… —Me miró de arriba abajo—. Tú no la tienes.

                              —Pero…

                              —No —Me cortó guiándome hacia la salida—. Lo siento, de veras.

                              —No me queda nada para cumplir los diecisiete, y luego ya solo queda esperar un año… En nada seré mayor de edad —Sonreí intentando paracer simpática.

                              —Nos veremos cuando lo seas.

                              Me di la vuelta con el ceño fruncido. Iba lista si pensaba que iba a volver por ahí… Qué injusto era el mundo cuando uno no era mayor de edad…

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                              Peluquería Jhon

                              —¿Qué no sabes cortar el pelo? —Preguntó sorprendido—. ¿Entonces a qué has venido?

                              —Pues… A trabajar.

                              —¿A trabajar de qué? Si no sabes nada de peluquería, ¿de qué vas a trabajar?

                              —Podría ser… —Miré a mi alrededor y advertí una escoba—. Vuestra limpiadora. El suelo siempre está lleno de pelos, ¿no? Pues ya está, yo evitaría eso.

                              El dueño de la peluquería rió.

                              —No necesitamos una limpiadora, lo siento.

                              —Pero… También aprendo rápido.

                              —Si quieres aprender, apúntate a una academia. Aquí no estamos para enseñar.

                              Ante su contestación, decidí no insistir más. Me di la vuelta cabizbaja y me marché de allí con ganas de llorar.

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                              Multicine “Croa Croa”

                              —¿Así que tienes dieciseis años, no?

                              Asentí emocionada, al ver que se interesaba por mí.

                              —¿Y dices que quieres trabajar de taquillera, no?

                              Volví a asentir, esta vez con más ímpetu.

                              —¿Me has dicho que vives a unos diez minutos de aquí, no?

                              —Así es —sonreí con el corazón palpitante. ¡Seguro que me daba el empleo!

                              —Pues… —Volvió la mirada a la pantalla del ordenador—. Lo siento, no necesitamos más gente.

                              Le habría tirado el chicle a la cara. ¿Para qué tantas preguntitas si no me iban a coger? La gente no tenía sentimientos.

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                              H&M

                              No me quedaba otra, debía arriesgarme y probar suerte allí si no quería volver a casa arrastrándome de amargura. Sabía que en H&M no solían coger a gente con mi aspecto, pero tenía que intentarlo. En el cartel de la entrada estaba muy claro: Buscamos jóvenes de entre 18 y 26 años con buena imagen, enérgicos y con ganas de trabajar. Estaba claro que yo tenía ganas de trabajar, pero… ¿18 años? ¿Buena imagen?

                              —Hola —Hablé intentando parecer segura.

                              La mujer no contestó, siguió escribiendo en la carpeta como si yo no estuviera allí.

                              —No quiero molestarte pero…

                              —Perdona, un momentito —Me miró y me dedicó una sonrisa amable.

                              Después de unos minutos, la mujer se dio la vuelta y me volvió a sonreír. Me sorprendió encontrarme con una mujer tan bella, sus ojos eran de un color verde oliva y su piel parecía ser de porcelana. Destacaba su pelo, que era más rojo que el rojo de las paredes de la tienda. Dejé de estudiar su rostro y me concentré en mi objetivo, encontrar trabajo.

                              —He visto que buscáis a nuevos dependientes —Comenté acercándome a ella.

                              La mujer asintió mirándome de arriba abajo.

                              —Pero creo que…

                              —No, por favor —Le corté de inmediato. No podía dejar que me volvieran a decir lo mismo. E

                              Al principio, ella se sorprendió, pero después me cedió la palabra.

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                              —Sé que tengo dieciseis años, que igual no soy la mejor vendedora del mundo y que seguramente me cueste pillar el ritmo los primeros días, pero… —Mi expresión cambió y sacé a la luz mis sentimientos—. Necesito el trabajo, necesito independizarme y si no empiezo a ganar dinero ya, nunca voy a poder marcharme de casa. De verdad, lo necesito… Puedo trabajar igual o incluso más que cualquier otra persona con la mayoría de edad. De hecho, hace unos años trabajé en la tienda de mi tio y me fue muy bien. Aprendo muy rápido, en serio

                              La mujer me sonrió.

                              —Aprecio tu energía y tu… Sinceridad, pero…

                              Yo negué con la cabeza, temiendo las palabras que iba a soltar a continuación. Sin embargo, paró y dedicó unos segundos a pensar. No sé lo que estaría pasando por su cabeza, pero se tiró un buen rato.

                              —Muy bien. El trabajo es tuyo —Soltó de repente, dándose la vuelta y continuando con la tarea de tomar notas.

                              —¿Cómo?

                              —Puedes empezar a trabajar cuando quieras. Tu turno empieza a las cuatro de la tarde y termina a las… —Apartó la mirada de la carpeta y miró el reloj— Nueve. ¿Conforme?

                              —Oh, joder, ¡y tanto! —Exclamé emocionada, sin creer lo que acababa de oír.

                              —Ahora lo que quiero es resultados… —Miró a su alrededor—. Mira, ¿ves a esa mujer de ahí? Seguramente necesite ayuda, a ver qué puedes hacer.

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                              Al oír aquello, me quedé completamente bloqueada. Había trabajado en la tienda de mi tío como cajera, pero nunca había intentado vender nada, siempre era yo la que caía bajo las redes de los vendedores, ¿y ahora qué se suponía que debía hacer?

                              —Buenas tardes, ¿necesita ayuda? —Comenté acercándome a ella.

                              —Mira sí, querida. Estaba buscando un regalo de cumpleaños para mi sobrina. Tendrá… Más o menos tu edad…

                              Hice funcionar al máximo mi cerebro. Al fin y al cabo su sobrina tenía mis años, así que no iba a ser tan difícil, solo debía inventar algo bueno y sonar convincente.

                              —Uy, entonces tengo el regalo perfecto —Exclamé acercándome al stand del calzado—. Estoy segura de que estas zapatillas le van a encantar. Todas mis amigas suspiran por ellas… Son lo último en moda juvenil —Me sorprendió la cantidad de estupideces que estaba soltando por mi boca.

                              —Vaya, vaya… —La mujer las cogió y comenzó a estudiarlas con la mirada—. Son muy bonitas… —Miró el precio—. Y muy caras…

                              —Las puede utilizar en cualquier época del año. Especialmente en verano vienen muy bien porque son transpirables. Créame, los pies de su sobrina lo agradecerán —Me oí hablando como una pegajosa vendedora de coches. Qué horror.

                              —Pero el precio…

                              Yo le dediqué una sonrisa confiada. Las zapatillas eran bonitas, sí, pero costaban un ojo de la cara…

                              —Muy bien, me las llevo. Me has convencido.

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                              La emoción pudo conmigo, así que cuando ella se dio la vuelta, di un pequeño saltito a modo de celebración. La mujer del pelo rojo me miró y soltó una pequeña risa. Después se acercó a mí y me dio la enhorabuena.

                              —Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? —Me preguntó.

                              —Ay —Reí—. Ana.

                              —Encantada Ana, yo soy Cloe. Cualquier duda que tengas, consúltala conmigo, ¿vale? Llevo aquí desde hace bastantes años, así que alguna idea tengo —me dedicó una sonrisa cómplice—. Bueno, no te entretengo más. Aquella zona de allí está hecha un desastre, así que… Intenta poner un poco de orden, por favor.

                              Asentí.

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                              Comencé a ordenar la zona que estaba pegada a los probadores. La verdad es que nunca me había parado a pensar lo mucho que molestaba encontrar la ropa sin doblar, y mucho más ver cómo los clientes descolocaban lo que tú, segundos antes, habías ordenado. Me daban ganas de coger la ropa y tirársela a la cabeza.

                              De repente, alguien a mi espalda carraspeó, sacándome de mis pensamientos.

                              —No hace falta que lo coloques, para eso estamos nosotros.

                              Yo me di la vuelta sin comprender. Me topé con un chico de unos veinte años, que me miraba extrañado, mientras señalaba las camisetas que estaba doblando.

                              —¿Perdona? ¿No te entiendo?

                              —Pues que no sé qué haces colocando la ropa —Volvió a repetir, esta vez con más brusquedad.

                              Yo reí. Me pareció curiosa la escena. ¿En serio se pensaba que estaba ordenando las camisetas porque sí y no porque trabajase allí? Era un chico guapo, vale, pero parecía tener pocas luces.

                              —Trabajo aquí —Le aclaré tendiéndole la mano—. Soy Ana.

                              Él me miró de arriba abajo y, sin decir una palabra mas, comenzó a reír a carcajadas.

                              —¿Estás de coña, no?

                              —No —Contesté bien seria.

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                              El chico dejó de reír y se marchó con mala leche a la caja, donde estaba Cloe atendiendo a unos clientes.

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                              Cloe me miró sin entender el enfado de su compañero.

                              —Es Ana, la nueva.

                              —No, ni de coña. ¿Tu la has visto?

                              Pero… ¿Qué se creía ese imbécil? Le habría soltado un bofetón. ¿Cómo que tú la has visto? Como si fuera un monstruo.

                              Cloe asintió sin darle importancia a su arrogancia.

                              —¡Es una niña! —Exclamó dedicándome una mirada de desprecio.

                              —Sabe vender. Necesitamos gente, Isaac.

                              —¿Y a mí qué? ¿Cuántos años tiene? ¿trece, catorce?

                              —Dieciseis.

                              —Pues ya está, es menor.

                              —Te recuerdo que tú empezaste a trabajar con su edad.

                              —Es distinto —Se cruzó de brazos y apartó la mirada de ella.

                              —No, es igual, así que déjalo ya y ponte a trabajar.

                              —¡Has perdido la cabeza! —Volvió a exclamar, mientras se marchaba enfadado.

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                              Yo observaba la escena discretamente. Por dentro ardía, pero por fuera parecía completamente serena. A lo largo de mi vida, había aprendido a guardarme muchas cosas, así que podía aguantar aquello. Pero no por mucho más tiempo…

                              El chico comenzó a ordenar unos cuantos pantalones a dos pasillos de mí. Yo me acerqué discretamente.

                              —¿Qué? ¿Ya te ha dicho Cloe que trabajo aquí? —Pregunté puntillosa.

                              —Sí —Asintió sin mirarme.

                              —Soy Ana —Me presenté, haciéndome la maja e intentando sacarle de sus casillas. Sabía que lo que más molestaba cuando estabas de mal humor, era oír al causante de tu enfado haciéndose el majo. Me pasaba con Marta. Él no contestó. Era lo que esperaba.

                              —¿Te llamas…? —Volví a repetir.

                              —Isaac —Masculló mientras cogía una carpeta y apuntaba notas.

                              —Pues encantada.

                              —Debes saber Ana —Recalcó mi nombre—, que si fuera por mí, tú no estarías trabajando aquí. Así que… Ya sabes, tú por un lado y yo por el otro.

                              Yo me quedé cortada ante su mal genio y sus palabras arrogantes.

                              —¿Me has oído?

                              —Empezaba a notar nauseas debido a tu fuerte olor corporal, así que me haces un favor, Isaac —Recalqué su nombre con chulería.

                              —Niñata… —Murmuró por lo bajo.

                              Vale, esto era genial. Primer día de trabajo y ya con enemigos.

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                              Al dar las nueve de la noche, decidí ordenar el último montón de ropa y marcharme a casa. La tarde se había pasado lenta, pero sentía una gran satisfacción por dentro. Por fin tenía trabajo. Al salir, Cloe me llamó desde la puerta de H&M. Me di la vuelta y la vi acompañada de otras dos mujeres, un hombre, y el imbécil de Isaac. Reparé mejor en sus rostros y caí en la cuenta de que el hombre era el peluquero que me había rechazado por no saber cortar el pelo y una de ellas era la encargada de la tienda de muebles.

                              —¡Ven Ana! —Volvió a llamarme Cloe.

                              —Hola —Me acerqué a ellos con una gran sonrisa, aunque no me hacía ninguna gracia aquella compañía.

                              —Vamos a cenar al Indiano, ¿te apuntas?

                              Me quedé en silencio sin saber qué decir. Más que nada porque no sabía qué hacer, ¿iba con ellos a cenar o me volvía a casa cual niña antisocial? No me apetecía nada tener que aguantar a mi padre en la cena, así que con timidez asentí.

                              —Estupendo —Exclamó dedicándome una sonrisa cómplice—. Bueno, antes de nada, hagamos presentaciones.

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                              Tras presentarme a todos, nos fuimos al indiano. Estaba en la segunda planta del centro comercial y, aunque no era un sitio muy ameno, los encargados eran majísimos.

                              Los compañeros de Cloe, comenzaron a hablar de la subida de los precios en la ciudad, y aunque era un tema de lo más aburrido, no paré de reír en toda la cena. Jhon, el peluquero, tenía un sentido del humor de lo más peculiar. Inevitablemente, cada vez que hablaba, me ponía a reír. Sé que le habría gustado preguntarme si tenía una atrofia o retraso, pero era una de esas personas que son graciosas por naturaleza, y que aunque estén hablando de una tragedia, te hacen gracia. No lo podía evitar.

                              —Oye Ana, cuéntanos, ¿cómo es que has decidido empezar a trabajar si todavía estás estudiando? —Jhon sacó el tema y todos dejaron lo que estaban haciendo para escuchar.

                              —Pues… Suena estúpido, pero mi padre ha decidido no darme más paga.

                              —¿Por eso? ¿Porque tu papi se niega a darte dinero? —Isaac habló despectivamente.

                              —Es una excusa para pasar menos tiempo en casa. No me encuentro muy a gusto allí… —Por un momento lo vi todo.

                              Claro que necesitaba dinero, pero también necesitaba escapar de aquella situación. No podía soportar ver cómo mi padre borraba sin escrúpulos a mi madre con la estúpida de Marta. No podía seguir aguantando su indiferencia hacia mí, se había olvidado de que yo era su hija, de que antes me quería… Si es que alguna vez me había querido.

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                              —¿Tienes muchos problemas en casa? —Indagó Cloe.

                              —No aguanto a mi padre, y él tampoco a mí. Es sólo eso, en realidad.

                              —¿Y tu madre? ¿Por qué no te vas a vivir con ella? —Preguntó Sara, la dependienta de la tienda de muebles.

                              —Mi madre… Murió hace unos años —Me costó decirlo. ¿Por qué aún me costaba tanto hablar de ella?—. Ojalá ella estuviera aquí para ver el hombre en el que se ha convertido mi padre. Ha cambiado —Bajé la mirada y comencé a hablar sin pensar, como si estuviese allí sola—. Siento que no le importo, que le da igual si nunca vuelvo a aparecer por casa, que le importa bien poco lo que me pase. Esa sensación de vacío es la peor sensación que alguien puede experimentar…

                              Sentí cómo las lágrimas pedían a gritos salir a la luz, pero no podía permitirme llorar delante de todos ellos. Respire hondo y les miré ahogando las lágrimas. Incluso esbocé una sonrisa a modo “estoy bien”, pero no estaba bien, siempre que pensaba en la relación con mi padre experimentaba una amargura interior incalculable.

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                              Los rostros de mis acompañantes habían cambiado. Me miraban con tristeza, como diciendo “oh, pobre niña, su padre pasa de ella y no tiene a nadie”. Yo no quería darles pena, odiaba que la gente sintiera tristeza por mí. No sé por qué había abierto la boca, aquello no les importaba lo más mínimo, era mi vida, solo mía.

                              —Oye Ana, lo siento, no quise sacar el tema —Habló Jhon con pesar.

                              —No lo sientas, es una tontería, no pasa nada —Contesté restando importancia a lo que acababa de ocurrir—. Bueno, ¿qué? ¿Pedimos el postre?

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                              La atmósfera de la cena volvió a ser la de antes, lo cual me alivió enormemente. Seguimos hablando de todo tipo de cosas, acompañados de varias copas de helados y dos tartas de chocolate. Me enteré de que Isaac era pintor y que había ganado varios concursos de arte. Me extrañó saber que alguien como él fuera una persona artística, al fin y al cabo parecía tener dos dedos de frente. Al dar las diez y media decidí marcharme.

                              —Bueno, yo me voy a ir ya, es tarde —Comenté levantándome de la mesa.

                              Todos se despidieron amablemente, menos Isaac, que tan solo me dedicó una mirada ofuscada.

                              —Hasta mañana —Dije saliendo por la puerta.

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                              Justo cuando estaba saliendo del centro comercial, alguien me silbó desde la acera de enfrente. Miré y advertí a Lolo, mi profesor de literatura.

                              —¡Ana! —Exclamó agitando la mano —. ¿Qué haces por aquí a estas horas?

                              —Eso mismo me pregunto yo —Intenté sonreír, pero mi sonrisa fue falsa. Para qué negarlo, en las últimas horas había decaído, estaba cansada y lo que menos me apetecía en ese momento era hacerme la alumna simpática.

                              —Vengo de dar clases a unos chicos, viven por aquí cerca —Comentó cruzando la calle y acercándose a mí—. ¿Y tú?

                              —He encontrado un trabajo aquí —Hablé seca.

                              —¡Vaya! Enhorabuena

                              —Gracias.

                              —No te veo muy contenta.

                              —Día malo, ya sabes.

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                              —Pero si has encontrado un trabajo, deberías estar feliz.

                              Bajé la mirada. Había tenido un mal día, vale sí, pero había encontrado un trabajo. Debía pensar en eso y no en el resto de estupideces que me hacían daño.

                              —Cuéntame qué ha pasado, anda —Me pidió.

                              Le hablé, por primera vez, de Amir, de lo que sentía por él y de lo que me había dicho en las taquillas. También le conté lo de la noticia de Afri, que se iba a vivir lejos y que temía perderla. Después hablamos de mi trabajo y de la gente que había conocido y, por último, le conté la perla que había soltado en la cena. Lolo era una de las personas que más confianza me transmitía, cada vez que hablaba con él sentía cómo todos los pesos que invadían mi cuerpo se esfumaban.

                              —Ana, tú misma sabes que todo el mundo tiene problemas. ¿Pero sabes la diferencia? Que la mayoría de las personas los intentan solucionar.

                              Asentí pensando en sus palabras. Siempre me estaba quejando por lo amargada que estaba, pero nunca hacía nada para intentar estar mejor.

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                              —¿No quieres estar mejor con tu padre?

                              Asentí.

                              —Creo que deberías hablar con él, contarle lo que sientes, qué es lo que piensas de vuestra relación y decirle que quieres que vuelva a ser lo de antes.

                              —No me escuchará. Mil veces le he dicho lo que pienso de Marta y…

                              —Pero no le hables de ella. Al fin y al cabo es su novia, no la tuya, ¿no?

                              —No, gracias a Dios —reí.

                              —Debes entender que no siempre te gustará la gente con la que salga tu padre. Debes hablarle de tus sentimientos, él no puede darle la espalda a ellos. Es tu padre, se preocupa por ti y… Te quiere.

                              —No estoy tan segura de eso…

                              Me dio un pequeño empujón, con una sonrisa amigable.

                              —Sé más positiva.

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                              Estuvimos hablando bastante tiempo, me aconsejó y me contó que él también había tenido problemas con sus padres, pero que hablándoles desde el corazón, había sido capaz de solucionarlos. Lolo era genial… Me tranquilizaba tanto hablar con él. Sabía que era mi profesor, pero inevitablemente, empezaba a verle como a un amigo y, lo peor de todo, a tratarle como tal. Y, qué queréis que os diga, aquello me empezaba a gustar mucho…

                              Al despedirnos me contó una anécdota de su primer día de universidad y, sin quererlo, rompí a reír. Él también rió a carcajadas, sorprendiéndome con una risa de lo más bonita. Hacía tiempo que no me reía tanto…

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                              Editado por CasieFiccion

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                                lolo me encanta es adorable :wub:

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                                  Ais Lolo, me gustas, pero Ana es joven aún. Y si antes dudaba entre él y Amir, ahora se une Isaac. Vaya trío :blink:

                                  ¿Cón quién se quedará al final? Mira, ahora ella se ha dado cuenta de lo buena persona que es el profe. Amir ha sido y es el amor de su vida, y con Isaac hay un pique del que al final puede salir algo bonito también. Joeer, pon capi, que cada vez me gusta más esta historia!!

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                                    Actualizo rápidamente, no es mucho, pero pronto pondré más! Como siempre, mil gracias por vuestros comentarios :D

                                    Una semana después

                                    La semana pasó rápida. El viernes África y yo quedamos en su casa para prepararnos, ya que había llegado el día de la fiesta de Amir y queríamos estar rompedoras. Sin embargo, a última hora, el viaje de sus padres fue cancelado y tuvieron que quedarse en la ciudad, viéndose obligado a pasar la fiesta a otro día.

                                    La semana comenzaba de nuevo y las cosas en casa seguían igual. Sin embargo, en el instituto el nuevo uniforme había revolucionado las clases. Era incomodísimo, pero había sido todo un show ver a todos vestidos de la misma forma y, mucho más aún, ver cómo todos aquellos que no lo llevaban, se sentían excluidos. ¡Cómo cambiaban las cosas por un simple trozo de tela!

                                    Al salir del instituto, aprovechando que libraba en el trabajo, Miguel, Afri y yo decidimos ir a la piscina de ésta. El verano acababa y había que aprovechar los últimos días de calor.

                                    —Os va a encantar —Comentó Afri emocionada—. Nunca pensé que un tobogán fuera tan divertido. Ayer mi hermano se tiró y se comió el bordillo… Nunca me había reído tanto.

                                    Yo reí soltando un pequeño suspiro, esperaba que no se hubiese hecho demasiado daño...

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                                    Según entramos en el jardín, mi corazón se paralizó al encontrar a Amir bañándose con su amigo Nico en la piscina. Aquello era… El paraíso. El cuerpo de Amir era el mejor cuerpo que habían visto mis ojos en sus dieciséis años de vida. Tampoco es que hubiesen visto muchos, pero… Estoy segura de que, aunque hubiesen visto ochocientos más, él superaría con creces al resto. África debería haberme avisado de aquello. Si lo hubiese sabido, habría ido preparada y no se me habría quedado la cara de estúpida que se me quedó.

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                                    —Joder, le dije que hoy me tocaba la piscina a mí —Se quejó África entrando en el jardín.

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                                    —¿A ti te da igual Ana?

                                    Yo no contesté. Estaba ensimismada observando a Amir.

                                    —¿Ana? ¿Te importa sí o no? —Volvió a repetirme dándome un empujón.

                                    —¿Qué?

                                    —Sí o no.

                                    —Em… Sí, una coca cola está bien.

                                    —¿Qué dices?

                                    —¿No hablábamos de qué queríamos beber?

                                    África rió.

                                    —¿Qué pasa? —Pregunté sin entender absolutamente nada.

                                    —Qué tonta soy, claro que no te importa que esté aquí mi hermano —me dio un pequeño empujón y comenzó a desvestirse.

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                                    Después de darnos un refrescante baño, nos sentamos a tomar el sol. Bueno, en realidad era África la que tomaba el sol, yo le temía bastante, siempre que intentaba ponerme morena, me volvía del color de los cangrejos, así que debía evitarlo a toda costa. Miguel hablaba de lo difícil que había sido el examen de historia, y yo… Yo miraba a Amir. ¡Lo sé! ¡Pero no podía evitarlo! Le tenía enfrente…

                                    —¡Para ya! —Gritó de repente África, haciendo saltar a mi corazón.

                                    Yo noté cómo los colores subían a mi cara y bajé la mirada avergonzada. ¿Tanto se notaba? Estaba siendo discreta, lo prometo.

                                    —¿Qué dices? —Para mi sorpresa contestó Amir.

                                    —Que no paras de mirar. ¿Qué pasa?

                                    Yo me quedé petrificada. ¿En serio se lo estaba diciendo a él?

                                    —Esta niña es tonta —Comentó Amir dándose la vuelta y poniendo mala cara.

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                                    —Mi hermano es gilipollas —Se quejó África bajando el tono —¿Es que no os habéis fijado? Se traen algo esos dos, seguro que están maquinando cualquier estupidez… Mi hermano no paraba de mirar.

                                    —No, no paraba de mirar a Ana —Le corrigió Miguel.

                                    —¿…Cómo? —Pregunté sin apenas voz.

                                    —Sí, que te miraba a ti —Volvió a repetir, dándome un codazo con media sonrisa.

                                    —Ni de coña —Negué sin creerlo.

                                    —Sea lo que sea es un imbécil —Concluyó África.

                                    Comenzaron a hablar de nuevo del examen de Historia pero yo desconecté. ¿Amir me estaba mirando a mí? ¿Pero por qué? No tenía sentido… Oh, ¿Y si, como decía África, él y Nico estaban maquinando algo y pensaban tirarme a la piscina o… yo qué sé, atacarme con globos de agua? Siempre he sido muy dada a ser objeto de todo tipo de bromas, así que no me extrañaría nada.

                                    —Chicos, ¿nos vamos a ver una peli dentro? —Comenté temiendo lo que iba a pasar.

                                    África y Miguel me siguieron. Dentro de casa estaba a salvo.

                                    Hicimos unas palomitas y nos pusimos a ver una película que tenía muy buena pinta. La tarde pasó rapidísima y, al contrario de lo que pensaba, no fui objeto de ningún tipo de broma. Menos mal, no me apetecía nada hacer el ridículo. Al dar las nueve de la noche, decidí marcharme a casa.

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                                    Cuando llegué a casa, vi el coche de mi padre aparcado en el garaje, lo que significaba que estaba en casa. Hacía una semana que no le veía, así que hoy era el día en el que debía hablar con él, serle sincera y contarle lo que pensaba respecto a nuestra relación. Al fin y al cabo, como me había dicho Lolo, mi padre no podía negar mis sentimientos, debía escucharme.

                                    Entré en su despacho con el corazón palpitante y comencé a hablar.

                                    —¿Papá? —Dije con la voz temblorosa—. ¿Podemos hablar?

                                    Él asintió lentamente, sin apartar la mirada de su ordenador.

                                    —Antes que nada quería pedirte perdón por el comportamiento que he tenido estos días. Estaba algo susceptible y saltaba a la primera de cambio, lo siento. Sin embargo, tienes que entender que Marta… Bueno, que Marta no es de mi agrado, y convivir con ella no me resulta fácil.

                                    La frente de mi padre se arrugó, apartó la mirada del ordenador, y se dispuso a hablar.

                                    —Espera —Le corté—. Antes de que digas nada, déjame continuar.

                                    Él volvió a asentir, pegando la mirada de nuevo en la pantalla del ordenador. ¿No era capaz de mirarme cuando le hablaba?

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                                    —Sé que ahora Marta es tu novia, y la voy a respetar. Pero no me pidas que la trate como mi madre, porque no lo es.

                                    —Deberías hacerlo, ése es el papel que desempeña ahora en nuestras vidas.

                                    —No —Negué bien seria—. Será tu novia, vale, pero no mi madre.

                                    —Ana, no empieces…

                                    —No entiendo por qué te empeñas en cambiarla por mamá, te juro que no lo entiendo.

                                    —Ha pasado ya mucho tiempo… Deberías empezar a hacerte a la idea de que tu madre no va a volver.

                                    Sentí cómo las palabras me golpeaban en la cara. Después de pedirle perdón, de decirle que iba a respetar a Marta ¿a él solo se le ocurría decirme que debía tratar a Marta como si fuera mi madre? ¿Había perdido la cabeza?

                                    —¿Sabes una cosa? —Continué con la mirada pegada en mis zapatos— Puede que tú hayas olvidado a mamá, pero yo no, y nunca lo haré.

                                    —No puedes seguir estancada en el pasado, Ana —Apartó por fin la mirada del ordenador y me miró con el ceño fruncido—. Quiero que te quede claro que Marta es ahora mi pareja, y que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que se encuentre bien en nuestra familia.

                                    ¿Por qué parecía que solo tenía sentimientos cuando hablaba de su querida novia? ¿Por qué era tan sensible cuando se trataba de ella y tan frío cuando hablábamos de lo que yo sentía?

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                                    —Te he dicho que la voy a respetar… —Musité sin apenas fuerzas—, pero no vas a conseguir que la vea como parte de esta familia, porque no considero que lo sea.

                                    —Pues hasta que no te quede claro eso, las cosas seguirán igual. Cada vez que oiga una falta de respeto o vea un mal comportamiento con ella, habrá problemas, ya lo sabes.

                                    —Sigo pensando en mamá, y me duele verte con otra mujer, ¿no puedes entenderlo?

                                    No contestó.

                                    —A veces tengo la sensación de que mamá nunca te importó. Yo la quería, ¿sabes? Y la quiero y la querré siempre, aunque ya no esté aquí. Por mucho que lo intentes, no podrás evitar que piense en ella.

                                    Me di la vuelta destrozada. Nunca había oído hablar a mi padre con tanta dureza. Sentía que me atragantaba con las lágrimas, que mi corazón se estaba partiendo en dos y que las piernas dejaban de existir. Tan solo oía el retumbar de las palabras de mi padre.

                                    —Ana —Habló con su grave voz—. Tengo mucho que hacer —Me señaló la puerta.

                                    Me quedé allí de pie un rato. No era capaz de asimilar todo lo que había pasado, todo lo que acababa de oír, y todo lo que había supuesto para mí. Finalmente reaccioné y me marché. Cuando crucé la puerta, todas las lágrimas que habían quedado acumuladas en el interior de mi cuerpo, salieron a la luz, quemando mis mejillas y recordándome que aquello que acababa de pasar me había destrozado entera.

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                                    Me metí en mi cuarto, me tiré al suelo y lloré como nunca antes lo había hecho. No sabía qué hacer, estaba destrozada, triste, desolada… Al pasar una hora, me incorporé y comencé a leer una revista que había debajo de mi cama. Sin embargo, me fue imposible concentrarme. Sabía que era muy tarde, pero necesitaba hablar con alguien… Era la única forma de quitarme ese terrible peso de encima. Miré a mi derecha y advertí la ficha de clase, en donde aparecían los números de todos los alumnos y profesores del curso. Advertí en una esquina a Lolo, tan sonriente y confiado como siempre. No sé por qué lo hice, pero decidí marcar su teléfono y esperar…

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                                    —¿Hola? —Una voz grave contestó al otro lado. Sabía que era él, esa voz era inconfundible. Aunque quería hablar, me quedé en silencio, estaba paralizada y no sabía qué decir. De repente, en un instante, las lágrimas comenzaron a caer de nuevo.

                                    —¿Quién es?

                                    —Hola Lolo… —Hablé entrecortada, secándome las lágrimas—. Soy… Ana…

                                    —¿Ana? Qué… ¿Qué te pasa?

                                    —He hablado con mi pa… Padre —me atraganté —Necesito hablar contigo… ¿Podemos vernos?

                                    —¿Ahora? Pero… Son las once de la noche. Es tarde, Ana. Mañana en clase será mejor…

                                    —No, por favor, necesito hablar con alguien ahora… De verdad, Lolo.

                                    Se hizo el silencio y, entonces, después de un largo suspiro, habló.

                                    —Está bien.

                                    —¿En diez minutos en el parque del colegio?

                                    —S… Sí, allí estaré.

                                    Colgué sin saber muy bien qué acababa de pasar. ¿Había citado a mi profesor en el parque? ¿Es que me había vuelto loca?

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                                    Cuando llegué al parque, él ya estaba allí. Al verme, se levantó del banco en el que me esperaba, y me sonrió. Aquello me tranquilizó.

                                    —¿Qué ha pasado? —Preguntó con esa dulce voz tan característica.

                                    —He hablado con mi padre. Le he sido sincera, Lolo, como nunca se lo había sido a alguien —Hablé desesperada y guardándome las lágrimas.

                                    —Ven, cuéntame bien —Me guió hasta el banco.

                                    Le conté todo lo que había pasado. Pude terminar la historia sin soltar una sola lágrima, pero no pude evitar maldecir una y otra vez a mi padre. Lolo me observaba sin decir ni una sola palabra.

                                    —No sé qué más hacer… —Concluí bajando la mirada.

                                    —Ana… Solo puedo decirte que intentes olvidar esto que ha pasado. Pensé que hablando todo se iba a solucionar, pero… Ya veo que no.

                                    —Le soy sincera y él lo único que me dice es que tengo que olvidar a mi madre. ¿Por qué me dice eso, Lolo?

                                    —Debes saber que las cosas a veces no salen cómo esperábamos, pero no por ello hay que tirar la toalla. Tu padre te ha dicho cosas que te han hecho daño, pero no por ello debes apartarte de él. No conseguirías nada. Al contrario, tienes que seguir adelante y demostrarle que, aunque él no quiera ceder, tú estás dispuesta a luchar por vuestra relación.

                                    —Pero Lolo, no puedo… —Hablé con la mirada perdida.

                                    —Quizá no debas hacer lo que él te dice. Simplemente respeta a su novia, aunque no signifique nada para ti. Debes demostrarle que vales mucho más de lo que él se piensa. Eres fuerte Ana, que te quede claro. Así que, demuéstraselo.

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                                    —Pero lo que ha dicho de mi madre…

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                                    —Ya, pero… ¿Y si tiene razón y estoy estancada en el pasado?

                                    —¿Por qué? ¿Porque sigues pensando en ella? El hecho de no querer olvidar a alguien, no significa que estés estancada, significa que quieres mantener vivo el recuerdo. ¿Qué hay de malo en eso?

                                    Yo bajé la cabeza sin saber qué decir. Quizá tenía razón… Siempre la tenía.

                                    Entonces, si mi día no podía ir a peor, comenzó a llover con fuerza. Los relámpagos y las gotas de agua nos sacaron de nuestra atmósfera de confidencias.

                                    —Mierda —Me quejé con mala cara, tapándome la cabeza.

                                    —Es mejor que nos vayamos, Ana.

                                    —¿No puedo irme contigo? No… No quiero volver a casa.

                                    —Pero Ana…

                                    —Por favor… —le rogué dando unos pequeños saltitos y juntando mis manos a modo de súplica.

                                    Lolo me miró sin saber qué decir.

                                    —Por favor… —repetí.

                                    Después de pensarlo unos cuantos segundos, Lolo asintió, dedicándome una sonrisa cómplice.

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                                    Con la lluvia acompañando nuestros pasos, entramos corriendo al portal. Vivía cerca del colegio, en un antiguo edificio de oficinas que había sido reconstruido y convertido en viviendas.

                                    Lo estábamos mojando absolutamente todo, así que yo andaba de puntillas para evitar empapar el parqué. Justo en ese momento, dos puertas más a la derecha, en el número 52, salió un vecino con una bolsa de basura.

                                    —¡Vaya! ¿Está lloviendo a cántaros, eh? —Comentó mirando por un ventanuco que había cerca del ascensor.

                                    —¡Y tanto! —Le contestó Lolo risueño—. Vamos Ana, es por aquí.

                                    Lolo, amablemente, me guió hasta su puerta.

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                                    Al entrar en su casa, me fijé en el que el suelo también era de madera, así que di unos pequeños saltitos para evitar mojarlo todo. Sin embargo, como la agilidad no es lo mío, en uno de esos saltos estúpidos me escurrí y caí al suelo, dándome un buen golpe en el trasero. Instintivamente me agarré a Lolo, tirándole también a él. Lo sé, esto sólo me puede pasar a mí. Entro en casa de un profesor, hago el imbécil para no mojarlo todo y acabo tirándonos a los dos al suelo. Ana, un pin.

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                                    Lolo comenzó a reír a carcajadas.

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                                    Ante la risa de Lolo y al ver lo que teníamos allí montado, comencé a reír también. Era una de esas situaciones vergonzosas en las que lo único que puedes hacer es reírte de ti misma.

                                    —Qué caída más tonta…

                                    —De las mejores que he vivido —Comentó risueño.

                                    —Madre mía, mañana tendré un buen moratón en el culo…

                                    Los dos echamos a reír de nuevo.

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                                    Lolo encendió las luces de toda la casa y, después de enseñarme la cocina y el salón, me guió hacia lo que parecía su habitación.

                                    —Tienes una casa muy bonita —Comenté mirando a mi alrededor.

                                    —Mérito de mi madre. Cuando mis padres se separaron, ella vino a vivir a aquí. Ahora se ha cansado y se ha marchado a vivir a la colina de Derth. Así que ahora es todo mía.

                                    Me dedicó una sonrisa y me hizo pasar a una habitación con paredes verdes.

                                    Al entrar advertí unas cuantas fotografías de él, así que supuse que aquella era su habitación. Sentí una pequeña emoción inexplicable al saber que iba a conocer el sitio más personal de mi profesor. Era una tontería, pero me era imposible no ponerme nerviosa.

                                    —Mi hermana de vez en cuando viene a dormir aquí —habló sacándome de mis pensamientos—, así que puede que haya algo que te sirva para estar aquí mientras se seca tu ropa.

                                    —Oh, no, no hace falta.

                                    —Ana, estás empapada, no quiero que mueras de una pulmonía.

                                    Le sonreí agradecida.

                                    Sacó un pijama blanco y azul.

                                    —Esto te estará bien, ¿no?

                                    —Sí, es perfecto.

                                    —A tu derecha está el baño, y allí las toallas. Tráeme luego la ropa y la meto en la secadora para que esté lista lo antes posible, ¿vale?

                                    —Sí, señor —Le vacilé con media sonrisa.

                                    Él rió.

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                                    Cuando Lolo se marchó, me cambié y me puse el pijama de su hermana. Después, al advertir unas cuantas fotos en la pared, me acerqué a cotillearlas. Siempre que iba a una casa por primera vez, tenía la manía de estudiar detalladamente las fotos. Era como la pequeña historia personal de los habitantes de la casa.

                                    De repente, me percaté que en las fotos salía Lolo con una mujer asiática. Rápidamente caí en la cuenta de que aquella mujer no podía ser su hermana porque era asiática, tampoco su amiga porque…

                                    —¡Oh! —Exclamé al ver que en una salían dándose un beso.

                                    Sé que Lolo era mi profesor y que no debía interesarme su vida privada, pero… ¡Maldita sea! ¡Tenía novia!

                                    Miré por último las fotografías y solté un sonoro “¡Bah!” ¿Y qué si Lolo tenía novia? ¿A mí que me importaba? Salí con mala cara de la habitación y me dirigí a la cocina.

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                                    Al entrar, vi a Lolo preparando la cena.

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                                    —Espaguettis, mi especialidad —Me dedicó una sonrisa, mientras les echaba un poco de orégano y los removía.

                                    —Debes saber que tengo un paladar muy fino —le vacilé con aires de superioridad.

                                    —Estás hablando con Lolo el chef, Anita.

                                    Sonreí. Me gustaba que me llamara Anita…

                                    En ese mismo instante, Amir vino a mi mente, pero lo que sentí fue distinto. Normalmente me encantaba evadirme pensando en él, pero ahora… Ahora no me apetecía, ahora quería permanecer con los pies en la tierra. Me gustaba estar con Lolo…

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                                    Éste me pidió que me sentara en la mesa del comedor, y me sirvió los espaguettis. Después se dirigió a la televisión, la encendió y puso un canal de música.

                                    —¿No te importa que ponga música, no?

                                    —No, claro que no.

                                    Lolo se sirvió su plato y, después, me miró expectante.

                                    —¿Y bien? —Preguntó cuando me hube metido unos cuantos espaguettis en la boca.

                                    Yo entrecerré los ojos y los saboreé bien, haciéndole impacientar. Después, al tragar, fingí una arcada y él comenzó a reír.

                                    —No, en serio, ¿te gustan?

                                    —Están buenísimos —Contesté con sinceridad, asintiendo a la vez con la cabeza.

                                    No mentía, eran los mejores espaguettis que había probado en mi vida.

                                    Empezamos a hablar y, después de unos minutos, Lolo cambió repentinamente de tema y me habló bien serio.

                                    —Deberías avisar en casa, Ana.

                                    —¿Cómo? ¿Avisar de qué?

                                    —Pues de que no vas a ir a cenar. Estarán preocupados…

                                    —Ah, preocupados, sí —Asentí sin expresión en la cara.

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                                    El silencio invadió de repente el salón, y mi mente, sin quererlo, se perdió con el sonido de la música. No me apetecía ir a casa, quería quedarme allí con él. A su lado no pensaba ni en mi padre, ni en Marta, ni en nadie. Necesitaba pasar una noche sin pensar en todos mis problemas, necesitaba una noche tranquila. ¿Y si me quedaba a dormir en su casa? ¿Le iba a parecer muy raro?

                                    —Oye Lolo… —Me lancé.

                                    —Dime, Ana.

                                    —Es que… —Bebí un sorbo de agua e intenté hacer funcionar al máximo mi cabeza —Es que te va a parecer tan raro esto que te voy a preguntar…

                                    Él rió.

                                    —¿No podría…? —Tragué saliva —¿No podría pasar la noche en tu casa?

                                    Lolo se quedó callado, masticando los espaguettis.

                                    —Pero Ana…

                                    —Lo sé, lo sé, es una estupidez… —Bajé la mirada avergonzada.

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                                    —Pero es que… ¿Qué va a decir tu padre?

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                                    —No sé Ana…

                                    —Por favor… No puedo volver a casa, de verdad.

                                    Él me miró pensativo y después asintió.

                                    —¿Sí? ¿De verdad?

                                    —De verdad —Contestó intentando esbozar una sonrisa.

                                    —Muchísimas gracias, Lolo —Me levanté y le abracé. Aquello fue algo incómodo así que me aparté rápidamente y me volví a sentar —Lo siento, la emoción.

                                    Él rió.

                                    —Puedes dormir en mi cama —Se paró un momento a pensarlo —O sea, no juntos, tú en mi cama y yo en el sofá…

                                    Reí ante la aclaración.

                                    —Y ahora, Ana, deberías avisar en tu casa.

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                                    Nos levantamos los dos. Recogimos la mesa y después, cuando él se puso a ver la televisión, decidí llamar a mi casa.

                                    —¿Casa de los Martínez? —Contestó Tina.

                                    Yo reí. Me hacía gracia que Tina contestara así el teléfono, me sentía dentro de una telenovela.

                                    —Hola Tina. Dile a mi padre que me quedo a dormir en casa de… De un amigo.

                                    Noté cómo Lolo fijaba su mirada en mí. ¿Mejor decir amigo que profesor, no?

                                    —Su padre se ha marchado.

                                    —¿Cómo que se ha marchado? Si es medianoche… ¿A dónde se ha ido?

                                    —Él y Marta han decidido hacer un viajecito a Miranés. Lo llevaban planeando unos días…

                                    —Pero… ¿Qué? ¿Estás de coña, no?

                                    —No, señorita Ana.

                                    —¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Y cuando piensan volver?

                                    —No lo sé. Me han dicho que me encargue de la casa al menos una semana.

                                    No dije nada. ¿En serio se habían ido de viaje sin decirme nada? ¡Esto era el colmo!

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                                    Cuando colegué, Lolo se acercó a mí preocupado. Había oído la conversación, así que sabía que algo malo pasaba.

                                    —¿Qué ha pasado, Ana?

                                    —Mi padre y su novia se han ido de viaje. Así, de repente, sin decirme nada…

                                    —¿Cómo?

                                    —Dice Tina que lo llevaban planeando unos días… ¡¿Unos días?! ¿Y no dice nada? Se va de viaje y ni se despide… ¿Por qué se empeña en hacerme sentir una mierda? —Desesperé.

                                    —Ana… —Lolo se acercó a mí con pesadumbre—. Lo siento…

                                    —Esto es increíble. Era lo que faltaba… —Noté cómo una lágrima caía por mi mejilla.

                                    Lolo se acercó a mí y me volvió a mirar apenado. Hasta él, que siempre tenía palabras para todo, se había quedado sin saber qué decir. Pero claro, ¿qué iba a decir? ¿”Tu padre pasa de ti”? ¿”A tu padre no le importas”?

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                                    Cuando vio que comenzaban a caer más y más lágrimas, Lolo me abrazó. Sin ninguna palabra de por medio, juntó su cuerpo contra el mio y me hizo olvidar por un segundo la noche tan asquerosa que había tenido. Tan sólo sentía su corazón latir bien pegado al mío.

                                    —No te preocupes, Ana, tu padre no tiene ni idea de lo mucho que vales…

                                    —Me llego a plantear que no valgo una mierda… —Comenté rodeada por sus brazos.

                                    —Vales mucho, créeme.

                                    Nos separamos y, sin decir una palabra, nos quedamos allí mirándonos. Notaba su mirada clavada en la mía, sin apartarse ni un segundo de ella. Inexplicablemente, mis ojos se quedaron también allí, acompañados por los suyos, estudiando centímetro a centímetro su rostro y temblando por dentro. De repente, Lolo esbozó una de esas sonrisas que tanto me tranquilizaban y entonces sonreí. Con él estaba a salvo. Lo sabía. Dulcemente me acarició, secándome unas cuantas lágrimas.

                                    —No llores, Ana —Habló en un susurro.

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                                    Y entonces, como si nuestros cuerpos fueran dos imanes, comenzamos a acercarnos lentamente. No sabía qué hacía, y estaba segura de que él tampoco, pero no podíamos parar. Solo pensaba en besarle, en juntar mis labios con los suyos y dejarme llevar. Cuando su respiración me envolvió, dejé de pensar.

                                    —Ana… —Me acarició con su aliento

                                    — ¿Sí…? —Comenté hipnotizada.

                                    —Esto… Esto no está bien.

                                    Se separó de mí, negando con la cabeza. Al sentir que la distancia entre nosotros aumentaba, volví a la realidad. Le miré sin saber qué decir y, avergonzada, me di la vuelta.

                                    —Espera Ana, no te vayas —Me hizo parar.

                                    —Lo siento Lolo, es que no sé qué me ha pasado…

                                    —No, no te disculpes. He sido yo… Ha sido una estupidez.

                                    —S… Sí, sí, claro.

                                    ¿En serio había estado a punto de besar a mi profesor? ¿En qué estaba pensando?

                                    —Ha debido ser el vino. Siempre que acompaño la cena con vino, acabo haciendo alguna estupidez. Perdona, no quería…

                                    La palabra “estupidez” resonó en mi cabeza. No debía sentirme mal por aquello, al fin y al cabo tenía razón, había sido una estupidez.

                                    –Será mejor que me vaya a la cama… Es tarde y mañana hay clase…

                                    —Sí, tienes toda la razón. Mañana… Nos vemos. Duerme bien… —Comentó algo incómodo, mientras se dirigía hacia el sofá.

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                                      Mmm... Me da a romance. Lo que voy a decir va a sonar mal, pero el padre es una mie... de persona, enserio. Y yo crei que mi padre no me tomaba en cuenta XD

                                      Siguee

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                                        Qué padre más imbécil tiene Ana. En serio, yo es que me pongo en su lugar y me amargo. Menos mal que Ana es mucho más valiente, porqeu mira que aguantarlo tanto tiempo... xD

                                        Y no sé, joer, no sé con quién quiero que se quede Ana. Es que el profe... No sé, no sé.

                                        Ahora estará hecha un lío. Me veo el final así: Uno una esquina cada uno y ella teniendo que elegir con cuál se queda xD

                                        Capiiiiiiiiiiiiii.

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                                          a mi de momento me gusta mas lolo :wub: pero puede q con el tiempo cambie... y la novia...no se, espero q sea la ex! jajajaja

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